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CONSOLATRIX AFLICTORUM.


CÚCUTA DE OTROS DÍAS.
Por Carlos Luís Jácome «Charles Jackson». Imprenta Departamental Cúcuta 1945

CONSOLATRIX AFLICTORUM.

Doña Pepa: Misia Clementina que la manda saludar y que si puede pasar ora por allá, qu'es que la niña Rosita tá muy mala.

—Ave María purísima, y qué tiene Rosita! —Yo que sé; pero tá con mucha calentura y disvariando.

--Bueno, decíle a Clementina que ya voy, que no sabía nada. Anda véte, que yo no me tardo.

El diálogo era sostenido entre una señora sesentona, cargadita de carnes y de cabellos enteramente blancos, y una criadita pizpireta de quince años a lo sumo, morena y buenamoza, vestida con enaguas y blusa de pursiana azul oscuro, con pinticas claras, zapatos lisos, de paño gris y un gran lazo de cinta celeste en la cabeza, que formaba dos rosetones sobre las sienes, unidos por una especie de puente o diadema del mismo material.

Doña Josefa Acosta de Rodríguez Márquez había venido a Cúcuta en los últimos años del siglo pasado, en obedecimiento a la obligación cristiana de acompañar a su marido donde quiera que fuese. El, capitán del batallón "de línea" que resguardaba la frontera, como élla, fueron respetados por la fiebre amarilla, a lo cual contribuyó no poco cierto tratamiento homeopático or-

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denado por la dama, pues desde antes de su matrimonio era dueña de una "Guía Homeopática" in extenso y de un precioso "botinquicito" de bolsillo, donde en frasquitos iguales, de cristal marrón, cada uno con su número en el corchito, se mezclaban el "Sulphur" con la "pulsatilla", "carbón vegetal con "Acónito", chamomilla con "belladona" y otros muchos remedios admirables, todos en forma de "pepitas" blancas y celosamente tapados y conservados, para que no se les evaporara la sustancia.

En armas la revolución del 95, al capitán Rodríguez Márquez no le quedó otro recurso que despedirse de su amada y docta costilla, para correr a defender las instituciones legítimas y con ellas su sueldo y canongías. Desgraciadamente murió en el combate de Enciso, no precisamente en el campo del honor, sino de un miserable cólico hepático, traidor y furibundo. Y gracias que no expiró en la calle, porque el párroco alcanzó a arrastrarlo hasta la sacristía, donde lanzó el último ay! entre un San Juan desteñido y a medio vestir, y un San Pedro, que no tenía del primer papa sino la cabeza y las manos, porque el resto eran listones de madera y "flejes", en bastante mal estado.

Doña Josefa se consoló pronto. Las ilusiones de su no olvidada aunque remota mocedad habían ido deshojándose a medida que el ahora difunto militar aumentaba sus dosis diarias de alcohol, con merma del presupuesto familiar y del cariño y estimación de la consorte. Desgranó algunas parcas oraciones a la memoria del oportuno muerto; dedicó todos sus ratos a la reorganización del infalible sistema curativo y montó su viudez con decoro, una sola sirvienta, "para todo" y purgados de lo supérfluo, los mercados y roperos. Con frecuencia pasaba los días enteros en la confortable residencia de un paciente rico y generoso, o junto a una pobre anciana de extramuros, porque como no habían surgido aún de la nada los impertinentes funcionarios de la policía sanitaria, doña Josefa ejercía sin afanes la medicina, más como apóstol o heraldo del bien y de la caridad, que

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como profesional pagada y sin considerar la posición económica de sus clientes, ni preocuparse por más nada que por obtener su mejoría, su tranquilidad y su ...a reconocimiento, este no siempre logrado, porque en toda época la gratitud ha sido esquiva, amnésica y escurridiza.

En breves minutos arregló su vestido, alisó rápidamente la ondeada y nítida cabellera de plata, copiosa y brillante; y salió, casi pisando los talones de la chusquísima criadita.

A ver, qué pasa aquí, hija, saludó a la angustias da amiga, entrando sin cumplimientos por el ancho y encalado zaguán de la casa cae Clementina.

—Ay, doña Pepa, no se imagina! Tengo a Rosita malísima. Pase y la verá.

La cosa no era fácil. La alcoba donde se encontraba la enferma, tenía herméticamente cerradas puertas y ventanas y cuidadosamente cubiertos con tiras de género, pegadas con almidón, cuanta rendija o agujero dejaban pasar un rayo de luz o un tris de aire. El ambiente era atrozmente cálido y fuertemente impregnado de olor a "tuétano", aceites y pinturas. Doña Josefa se detuvo en el umbral.

--Bueno, pero traigan una vela o abran un postigo. Aquí no se ve nada, dijo.

Aquí hay una esperma, contestó la cocinera, que con la "de adentro" e incapaz de contener su curiosidad, habían seguido a su patrona y a la visitante, para pescar algún comentario que pudieran trasmitir más tarde al vecindario. El nuevo personaje era una mujer bajita, obesa, cuyo vientre voluminoso temblaba solemnemente al caminar; calzada y, es mucho afirmar con un par de chancletas veteranas, raídas y deshilachadas en las puntas; cubierta la mongolfíerica falda con un delantal de tela con tendencias a hule por las superpuestas ea pas de grasa y otros ingredientes semejantes que había recibido y al aire los brazos, pecosos y enrojecidos, del grueso de un estantillo corriente.

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En el rincón más oscuro, tendida sobre la cama y envuelta en sábanas y frazadas estaba Rosita, una muchas cha larga y descarnada, precozmente desarrollada a juzgar por el tamaño y por ciertas exhuberantes redondeces harto protuberantes para los catorce años consigna, dos en el registro civil. Sumida en los abismos de la inconsciencia ni se movió cuando doña Pepa levantó los cobertores para observarla mejor.

La picoreta fregatriz que se empinaba para .no perder puntada, apenas regó el primer vistazo sobre la faz y los brazos rubicundos de la enferma, consignó imprudentemente su opinión:

—Uy, misia Clementina, esas son "virgüelas".

—Mujer! qu'estás diciendo!

— Ni más ni menos que "virgüelas", y de alfombriya" porqu'está tua cundía .....

La Santísima Virgen nos valga clamó la despavorida madre, al notar que doña Josefa, mirando de reojo a la parlanchina cocinera, hacía con la cabeza leve pero expresiva señal de asentimiento. Alentada por la confirmación de su diagnóstico; la pseudo médica prosiguió:

--Pero no se afane, doña. A no que le maduren, se las reventamos .con una espina de naranjo, li untamos criolina y con una pluma le ponemos aceite de almendras. Eso sí hay qu'acostarla en hojas de plátanos verdes pa que no se le peguen las sábanas.

—Corrida la noticia principiaron los recados y el teléfono a importunar sin descanso:

—Me contaron la novedad de Rosita, decía por el alambre una amiga curiosa, aunque poco dispuesta a torear el contagio con una visita contame, m'hija, cómo sigue la pobre china. Tené mucho cuidao, mira qu'sa enfermedad es lo más traicionera

—Buenos días, se presentaba así Patricio, el mozo de confianza de una familia vecina, muy echado para atrás, pulquérrimo en el vestir y con meticulosos adémanes de mujer; que don Julio, que muchas saludes, que

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siente la pena de ustedes, y qui aí'stá a la orden pa lo que gusten mandar.

—Ay, Clementina, por Dios y María Santísima, hablaba entre terribles aspavientos una dama rezandera: es cierto lo que me acaban de decir? ¡Cómo va a ser! Dígame y tan trabajosa qu'está ahora la cosa de las medicinas'

--No vas a dejar que se l'insuelvan, porq' la matás, la matás, la matás, aconsejaba otra, cuya práctica en la crianza de once retoños, daba tono de infalibilidad a sus sentencias; después que le maduren y revienten, hacés una "muñequita" con ácido bórico bien cernido y déle que déle cada rato por todo el cuerpo. Ya verás como ni los huecos le quedan.

Doña Pepa manipulaba sus pepitas sin reposo; asistía a los baños, estaba en todo, sin abandonar un instante a su paciente.

Eran los días del "sitio" y las numerosas tropas acuarteladas a la buena de Dios, en locales estrechos y antihigiénicos, favorecían la difusión de la epidemia y agotaban las existencias de las tres o cuatro boticas en servicio. Contadas eran las casas donde uno, por lo menos, de sus moradores no exhibía las manos y la cara salpicadas de manchas pardas, como si lo hubieran rociado con yodo, y se oían con frecuencia diálogos en plena calle, entre antiguas conocidas que se encontraban después de varias semanas de cama:

—Ala, Udosia, a vos también te dieron?

-Puh, m'hija; en casa a todos. El último que fue Genaro, entual está "descachamando".

—Ay, señor, que tribulación. Allá, me la velaron a yo sola.

Rosita mejoró lentamente; pero no obstante la cuantiosa y heterógenea cantidad de pomadas, polvos y lociones que la acuciosa cocinera y las vecinas condolidas le aplicaron para evitarle las marcas indelebles en la cara, cuando pudo mirarse al espejo casi se desmaya al ver los enormes cráteres y profundos surcos que el im-

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piadoso mal había esculpido en su fisonomía, fatal resultado ante el cual fracasaron también los más sutiles ardides y los más nobles esfuerzos de la "pepiterapia" heróica.

Doña Josefa salió de allí solicitada con urgencia para atender nuevos casos en distintas casas.

En cuanto a Rosa, aún pasea por nuestras calles su inapelable soltería y todavía, al cabo de cuarenta años, cuando pasa los dedos por sus mustias facciones, donde los hoyos de la viruela en ruin combinación con las arrugas, han trazado todos los relieves de un mapa orográfico, recuerda la voz consoladora de su amorosa madre:

—"No se desanime m'hijita; úntese sebo caliente todas las noches antes de acostarse, y vera qu'es como con la mano".

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