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OCCIDENTE UNIVERSITARIO
N° 56(Ver todos los números)

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Publicación informal, editada en la UNIVERSIDAD FRANCISCO DE PAULA SANTANDER

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Director-Editor: JAIRO CELY NIÑO l 10 pp l MIÉRCOLES 18 DE ENERO DEL 2006
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EDITORIAL (O ALGO ASÍ).

Claridad conceptual versus suspicacia

Dos mil seis será un año de cruciales votaciones, tanto en el país como al interior del Alma Mater.
En relación con el país, el segundo domingo de marzo habrá elección de congresistas, la cual estrenará las figuras del «umbral», la «cifra repartidora» y el «voto preferente», y el último de mayo habrá la primera vuelta de la elección presidencial, que estrenará la figura del «presidente-candidato».
Y al interior del Alma Mater, en la primera quincena de junio los estamentos administrativo, profesoral y estudiantil votarán para escoger rector por quinta vez, mientras ese mismo día los estamentos profesoral y estudiantil de la Facultad de Ingeniería votarán para escoger a su decano.
Y «el suscrito» Director utiliza el término escoger y no elegir, por cuanto el estatuto general de la Universidad Francisco de Paula Santander establece entre las funciones del Consejo Superior la de designar al rector y a los decanos con base en los resultados de la votación universal, secreta y ponderada de los estamentos convocados, por lo cual, de conformidad con lo dispuesto en el mencionado estatuto general, el Consejo Electoral le presenta al Consejo Superior los candidatos que obtuvieron al menos el 20% ponderado de los votos.
Por eso, al seno del Consejo Superior, una designación puede ser, ya obvia o expedita, cuando la diferencia ponderada porcentual entre el candidato más votado y el siguiente es concluyente (como ocurrió el recién pasado octubre con la votación de la Facultad de Educación), o bien «accidentada» o teóricamente inesperada, cuando dicha diferencia es casi imperceptible.
Como ocurrió el recién pasado octubre con la votación de la Facultad de Empresariales, en la cual la votación profesoral produjo una diferencia de 2 a favor del candidato, mientras la candidata obtuvo a su favor una diferencia de 279 en la votación estudiantil, lo cual derivó en una diferencia ponderada porcentual de 2,459% a favor del candidato, y el Consejo Superior designó decana y no decano, con lo cual —o éso percibe «el suscrito» Director— consideró con más peso específico 279 votos estudiantiles que 2 profesorales.
Y no es la primera vez que una designación es «accidentada».
Pues en junio de 1994 se votó triestamentariamente para escoger por primera vez rector, y «el suscrito» Director ya no recuerda cuántas veces se reunió el Consejo Superior para designar, por votación dividida o por consenso, al rector entre los dos candidatos más votados. Como también ya no recuerda cuántas veces se reunió para designar, por votación dividida o por consenso, al primer decano de la Facultad de Ciencias Agrarias y del Ambiente, en cuya votación biestamentaria los dos candidatos se repartieron equitativamente la votación profesoral, mientras la estudiantil favoreció por un voto al decano designado.
O, como lo registró «el suscrito» Director en el Editorial (o algo así) de la edición 54, el 18 de noviembre del 2002, tal vez en razón de que en primera vuelta y en segunda no hubo quórum de votantes para escoger a la decana de Salud, el Consejo Superior no designó decana a la candidata que obtuvo la más alta votación en ambas vueltas, ni siquiera a la otra candidata, sino a una profesora que jamás se le ha medido a la consulta.
De modo que, «a la hora del té», es indirecta la democracia que se estila en las universidades estatales para elegir a la primera autoridad de la Institución y de una Facultad.
(Similar a la de los Estados Unidos para la elección del presidente, donde los ciudadanos votan para escoger a los miembros de un «Colegio Electoral», el cual en principio elige al presidente. Y se registra que «en principio», pues, si el candidato más votado no obtuvo la mayoría de votos del «Colegio Electoral», la Cámara de Representantes elegirá al presidente.)
Así que cada candidato a decano o a rector debe tener la claridad conceptual de que es una consulta lo que convoca el Consejo Superior, con lo cual no gastará tanta plata organizándole a los estudiantes más de una «furrusca a bar abierto», y repartiéndoles camisetas y lapiceros con agendas.
Y sobre todo, más de un suspicaz dejará de preguntarse por el origen de la plata que paga todo éso, habida cuenta de que el sueldo de un profesor universitario es desmirriado.
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Por única vez se parafrasea aquí la perogrullada que suele destacar una revista. Palabras más, palabras menos, que:
De los conceptos que en Occidente Universitario expresa un columnista, responde sólo él.
(Pues éso es una responsabilidad legal en todas partes.)
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Una carta de recomendación

GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.

Para ser efectiva, la carta de recomendación debe ser expedida por una persona conocedora del candidato, en sus aspectos:l Personales: modales, respeto y convivencia.
Laborales: conocimiento, responsabilidad y pertenencia.
Y que a su juicio lo hagan merecedor del cargo al cual aspira.
El asunto se pone peliagudo cuando nos la solicita un guache ignorante, que no nos inspira confianza y que, de pasada, sabemos que nos va a hacer quedar como un chocato. Y peor, aún, si el boludo es nuestro pariente, o familiar de un amigo de uno. ¿Qué hacer?
Lo mejor es escribir un texto enredado, un galimatías, una cantinflada. Al fin y al cabo, los jefes de personal de las empresas privadas son unos tesos para leer entrelíneas y, en seguida, caer en cuenta de que el remitente le está echando bolas negras al candidato, para no endosarles un problema y para no herir susceptibilidades cercanas.
Así como en nuestra querida Colombia la CANTALETA ha pasado a ser el género literario favorito de nuestras féminas, la CARTA DE RECOMENDACIÓN se ha convertido en la máxima expresión de importancia de la burocracia. Para un burócrata no hay algo que le cause más estrés y lo haga entrar en un surmenage, que no sentir el placer de contribuir a la disminución de la tasa de desempleo, gracias a sus buenos oficios. Político que no tenga recomendados en la nómina oficial, es un político condenado al fracaso.
Cualquiera piensa que para ocupar un puesto se requieren aptitudes y talento. Este criterio sencillo no es tan válido en el sector público. El favor, la palanca y la recomendación pesan más que el saber. Los cargos mejor remunerados, en el ámbito estatal, son para los apellidos supuestamente ilustres, no interesa si el tonto o la tonta no saben ni redactar un telegrama ni llenar un cheque. Lo que importa es tener el aval del mandamás de turno.
En cambio, para José Dolores acceder a una desteñida corbatica, el único recurso que tiene es el de mendigar una pinche carta de recomendación a un petulante e inmamable chupasangre del erario, o a cualquier personaje jailudo.
Existen casos curiosos y ridículos en la forma de llenar las vacantes, como este:

Aprovechando los días festivos navideños, salí a recorrer distintos lugares de la ciudad, con el fin de saludar a diversos amigos y parientes, y a la vez desearles el rutinario “feliz navidad y próspero año nuevo”. Entre ellos, me encontré un viejo conocido de años ha, condiscípulo de secundaria y a quien, ocasionalmente, veo en el parque Santander, santuario de los pensionados sin oficio.
Por naturaleza, él es un tipo ameno, dicharachero y gran mamador de gallo; es decir, lo que llamamos un “buena vida”, totalmente despreocupado por la problemática ajena. Pero, ese día, andaba todo adusto y con cara de pocos amigos, y casi hostil.
—¿Qué le pasa, Pepe? ¿Está enfermo, o es que su suegra salió bien de la operación? —le indagué.
—Déjese de tochadas, Guillermo: vuélvase serio. Venga y le cuento —me respondió, agriamente, y me narró que:
—Resulta que mi hijo Lucas se graduó, a finales del 2004, de ingeniero civil en la Universidad Francisco de Paula Santander, con muy buenas notas y con grandes sueños de triunfar en su profesión y en su vida personal. Le hicimos tronco de fiesta, con amanecida incluida. Nos acompañaron algunos de sus amigos y unos cuantos profesores ingenieros, que se gozaron la pachanga, a más no poder. A propósito, Guillermo, ¿todos los maestros de la U chupan como esos condenados secantes?
—No, Pepe; algunos jubilados no son secantes: son esponjas.
Continúo con su relato, y agregó:
—Pasada la euforia del grado, empezó la mula a padecer. Cartas a los empresarios, entrevistas con los políticos, llenados de formatos, y nada que conseguía alguna oportunidad para ejercer su profesión. Así pasaron los primeros meses del 2005, y mi chino Lucas tirando quimba de arriba pa’ bajo. Cómo se pondría de arrecha la situación, que me tocó financiarle hasta los pasajes del bus urbano.
»En vista de verlo en ese enredo y temiendo que se fuera a deprimir, decidí hacer uso de todas mis palancas sociales, políticas y religiosas. De entre todos los personajes con los cuales tuve una interviú (¿qué tal el terminacho?), hubo un ex gobernador que me dio la solución: “Pepe —me dijo el ex—, el Gobierno Nacional tiene un programa de empleo masivo, que es una berraquera. Vaya a la sede del Sena, ubicada en el barrio La Merced, y diríjase a una oficina llamada SERVICIO PÚBLICO DE EMPLEO, que es la encargada de ubicar a los postulantes que buscan chamba. Allá, su muchacho llena los formularios correspondientes y, oportunamente, le darán una respuesta, por lo general, positiva. Ánimo, Pepe, que la peor lucha es la que no se hace”.
»Dicho y hecho. Al otro día nos dirigimos a la mencionada oficina a cumplir con los requisitos exigidos, luego de hacer una cola como de media cuadra, pues esa era la tabla de salvación de una muchachada expectante. Pasaron los días y las semanas, y luego de tres meses sin recibir respuesta, se me empezó a revolver el tripero, de la pura piedra que sentía. Y en un rasgo de fortuna, cual Saulo en el camino de Damasco, me deslumbró el rayo divino: le voy a escribir al Presidente de la República.
»Efectivamente, me fajé tremenda misiva, agradeciéndole por todo lo que ha hecho en favor del país, sin parecer zalamero, y le expuse el caso, sucinto y concreto, para no hacerle perder el tiempo. Es apenas obvio que la carta la firmó Lucas, como si fuera de su autoría.
»Pasados unos cuantos días, ¡pum!: llegó un correo certificado, con membrete de la Presidencia. Lo logramos... estamos hechos... ¡viva la reelección! Pero, nanay cucas, don Tomín. Era una respuesta muy amable, llena de frases encomiables, con un párrafo que decía: “... Esta Presidencia, por intermedio de la Secretaría General, acusa recibo de su petición, y respondiéndole, como lo hace en los casos similares, le hemos enviado carta al Director General del Sena, coordinador del programa de empleo del Gobierno Nacional, exponiéndole su caso que, esperamos, le sea favorable”.
»De todos modos, la cosa pintaba bien, pues se trataba de la mejor carta de recomendación que alguien pueda recibir: la del gran jefe plumablanca. Aquí sí que no había tutía. A obedecer las órdenes, vergajos burócratas, o los ponen de patitas en la calle. A este patrón no le maman gallo, como al anterior.
»Una vez más llegó el cartero, con carta certificada y sobre de manila con membrete del Sena. “... Siguiendo las recomendaciones de la Presidencia de la República, nos hemos dirigido a nuestra oficina regional en Cúcuta para que, encarecidamente, se sirva atender su petición laboral. Atentamente, Gerencia General del Sena”.
»Huy, qué suerte la suya, mijo. Le va tocar trabajar en Cúcuta. Se acabaron sus angustias. Voy a empeñar el equipo de sonido para comprarle ropita para el día de la posesión. Somos pobres pero decentes.
»Y vuelve el cartero con su bendita carta certificada, esta vez del Sena-Cúcuta. Me temblaban las manos. Me sudaba la cara. ¿Qué puesto le darían? ¿Cuánto será el sueldo? ¿Cuándo asumirá el cargo? ¡Lucas —le dije al chamo—: abra este sobre y lea rápido esa carta, que estoy que me canto! Él cogió la carta y dijo: “Ahí va, papá:
“... En atención a la petición de la Gerencia General, y con el ánimo de cumplir con sus aspiraciones de trabajar como ingeniero civil, le rogamos acercarse a nuestras dependencias, ubicadas en el barrio La Merced, oficina SERVICIO PÚBLICO DE EMPLEO, para que llene los formularios respectivos y pase a formar parte de la lista de aspirantes a ocupar un cargo”.
»Todo fue una burla... mi Luquitas está más golpeado que reloj de borracho... aquí es más importante una Laisa moviendo el jopo, que un buen profesional... por eso estamos como estamos... usted, Guillermo, se sonríe, porque toda la vida fue un burócrata de la educación... ¡abajo la reelección!... mejor, charlamos otro día: estoy embejucado».
(Cúcuta, enero de 2006.)

POST-SCRIPTUM. Aunque un poco tarde, pásenla por Inocentes. La historia de Pepe es producto de las mentiras del autor.


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Polémica por una ensaladilla

CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.

NOTA DEL AUTOR
Este texto fue hecho una semana antes de conocerse la fatal noticia del fallecimiento del Hermano Rodulfo Eloy en Bogotá, a la edad de 91 años, hecho que mencioné en Occidente Universitario N° 54. Sea entonces, un homenaje a su memoria.

“La voz ensaladilla no figura en las preceptivas literarias, ni los diccionarios registran esta acepción. Ensalada sí, y la definen como género métrico caracterizado por ser un conjunto de versos sin medida, ni ritmo, ni rima. La ensalada se ha generalizado bastante en muchas poesías modernas”, dice, en su libro La ensaladilla en el folclor de Norte de Santander, Ramiro Pinzón Martínez, conocido entre nosotros como “el Hermano Cristiano Rodulfo Eloy”. (Hasta que al fin entendí la “poesía moderna”: una ensalada de nada.)
Continúa el Hermano Rodulfo Eloy su disertación sobre la ensaladilla indicando que puede asimilarse con los Fableaux franceses: pequeñas fábulas cuyo tema era la vida de los animales; pero que, a diferencia de aquéllas, no tienen un fin moral, sino el de hacer reír.
Hará unos 25 años oí por primera vez de boca de mi suegro, que se la enseñaba a su nieto (mi hijo), una ensaladilla que él tituló: La ensaladilla del perro y el jumento. En ese tiempo no le paré bolas. Pero hace como 6 años volví a oírla, esta vez de boca de mi suegra, quien se la había aprendido y se la enseñaba a mi hija.
Pensando que estas joyas se pierden en el tiempo —pues generalmente, como era el caso, se transmiten por tradición oral—, la recogí y se la pasé a “dora”, la que “computa”. Allí se quedó dormida durante este tiempo. Hace poco más de dos meses, haciendo una consulta bibliográfica, me di de manos a boca con el libro del Hermano Rodulfo Eloy. Ávido, me lancé en busca de la ensaladilla en comento.
En efecto, ahí estaba; sólo que la versión no coincidía con la anterior y tenía otro nombre: La vida de tres animales: el burro, el perro y el toro. En mi parecer, el toro fue agregado después. La versión que presento no contiene esta parte por razones de espacio; pero, si la obra completa la contiene, la publicaré en otra entrega.
Comparadas las dos versiones encontré que, mientras la primera parecía ser fiel en su composición —pues conserva los giros idiomáticos y el léxico usado en extenso en la composición literaria de la obra—, la segunda parece más fiel en la extensión, mas no así en la composición.
Picado por el gusanillo histórico-literario, con mis pocos conocimientos sobre el tema me di a la tarea de reconstruir la ensaladilla y casi lo logro. El trabajo en algunas partes fue relativamente fácil, pues el Hermano Rodulfo Eloy respetó la versión que le dieron, y en ella se nota la falta de composición. Respetando yo también las dos versiones, lo que hice fue cotejar las piezas del rompecabezas. Así, por ejemplo, la primera estrofa, que está en el libro:
Salió una tarde un jumento
a una hermosa sabana
a revolcarse en la grama
y a darse carabinazos
fue reconstruida a partir de la primera versión. La tercera estrofa está escrita así en el libro:
El burro con impaciencia le dijo:
con vos son chanzas
el tener siempre mis lanzas
ya sabes que es natural
nunca me he portado mal
desde que te estoy tratando

Es evidente la falta de composición. Sin embargo, hay versos que forman parte de la ensaladilla, pues aparecen en la otra versión. De modo que tomé las estrofas segunda, tercera y cuarta de la primera versión, eliminando el adefesio, y así siguió la reconstrucción. Reemplazos de piezas originales como: pensaba la so figura, en lugar de: pensaba esta figura; en después las angarillas, en lugar de: mas después las angarillas, fueron posibles a partir de las dos versiones. Son estos giros los que le dan el sabor y la gracia a la ensaladilla. Los versos: tan grande como un cajón; y, yo me espezuño latiendo, los encuentro algo chuecos, pero no fue posible reconstruirlos. Y bueno, no quiero alargarles más el cuento.
La nueva versión la quiero presentar convocando a una sana y amena polémica a quienes conozcan otras versiones, de modo que se pueda reconstruir lo más fiel posible, esta maravillosa ensaladilla, como la califica el Hermano Rodulfo Eloy, para el bien de la cultura nortesantandereana. Esta joya de nuestro folclor popular, cuyo autor es Marcos Jurungo, seudónimo de don Marco Antonio Rincón, merece ser recopilada y difundida para el conocimiento y disfrute de todos.
Ahora bien, mi plan en noviembre, después de entregar el artículo Modismos Cucutoches (5) para el edición 54 de Occidente Universitario, era publicar la ensaladilla en la edición 55, a modo de “regalo de Navidad” a los lectores. Pero justo el día en que se publicó la edición 54 (21 de noviembre) murió el doctor Virgilio Durán Martínez y el día siguiente, tras la inhumación, el Director de Occidente Universitario nos informó que la edición 55 estaría dedicada al doctor Durán Martínez y nos puso, a los “columnistas compulsivos” —como jocosamente nos llama—, la tarea de escribir cada uno su semblanza de Virgilio.
De modo que, ahora como “regalo de Año Nuevo”, les presento la nueva versión “corregida y aumentada”. Hela ahí; gócensela, pues.

LA ENSALADILLA
DEL PERRO Y EL JUMENTO


Salió una tarde un jumento
a una hermosa sabana
a darse carabinazos
y a revolcarse con gana

Oyó el perro los pomazos
y salió a ver qué era el caso
el burro con impaciencia
le puso orejas de punta

Guarda tus armas conyunta
yo soy el guardián de aquí
yo nunca para con ti
quise la desavenencia

Desde que te estoy tratando
nunca te he tratado mal
eso de cargar mis armas
tú sabes que es natural

Y así vamos disputando
cada uno de su suerte
yo quisiera que la muerte
diera fin a mis tormentos

Ya ves que para el jumento
siempre la vida es amarga
pues no me bajan la carga
y mi comida es garrote

Ya me tienen como un pote
de darme por juntos lados
me niegan los concertados
el pasto para comer
y hasta el agua para beber
me la niegan los sirvientes

Y para hacerme correr
me clavan una garrocha,
si acaso se les esmocha
entonces son garrotazos

Fuera de un tal y cual planazo
que me tienden por la nuca
más huevos que en la corruca
tengo en mi triste pellejo

Desde el más chico hasta el más viejo
tienen la conciencia dura
mírame esta peladura
que tengo aquí en la cadera

Me la hizo una cocinera
con agua que taba hirviendo
porque me taba comiendo
una tal y cual basura

Pensaba la so figura
era quemarme el hocico
pero más ligero que un mico
le voltié la gurupera

Se me hizo una gusanera
que me puso en grande fajina
la llenaban de creolina
que me hacía ver candelillas

En después las angarillas
venían a servir de emplasto
rellenándolas de pasto
para los machos marfiles

Más encima dos barriles
tan grandes como un cajón
para llenar un moyón
que hacía lo de siete pipas

Y aunque me crujían las tripas
por el alimento escaso
a la noche, suaz, el lazo
y amarrado al peladero

Al otro día el aguacero
de palos no era muy poco
así es que estoy como loco
pensando en mis sufrimientos

Tómalo por pasatiempo
le dijo el perro al jumento
si yo me pongo y te cuento
lo que me sucede a mí
verás que no sólo a ti
te suceden estos casos

Ya ves que estoy como un cuajo
por la falta de alimento
y ¿sabes el fundamento
para darme de comer?

Me ponen es a roer
siempre en un chicote’e hueso
gracias a mi ancho pescuezo
para no ser atorado

Lo que me dan es botao
y hasta de muy mala gana
esto sí no es la pavana
de la patada y jurgón
que me resuella el morcón
con uno de estos porrazos

Son muy grandes mis atrasos
y mi triste condición:
que si me arrimo al fogón
a recoger los pedazos
me sacan a tizonazos
y me cierran la cocina

Si les chilla la gallina
o se alborota la polla
me dicen: hucha perrito to to
perrito escarba l’olla

Y si el zorro la pañó
y se la puedo quitar
me vuelven a despachar
a que lo siga corriendo
yo me espezuño latiendo
hasta perderlos de vista

Me tienen siempre en la lista
para estas corredurías
fuera de otras cacerías
que son siempre y por parejo

Y si les cazo un conejo
un armadillo o venado
no me botan ni un bocado
de carne ni de asadura

Me dan es la sangre pura
y eso untada en el hocico
dicen: “untándole el pico
se asienta la cacería”

Y como de día en día
este trabajo me enflaca
cuando esté como carraca
que parezca un cordobán
pues donde quiere me estiro,
si no me dan solimán
me pagarán con un tiro

Echémonos pues los brazos
le dijo el jumento al perro
esto no tiene remedio
estamos en ambos casos


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Tragicomedia en el convento de Santa Clara

RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.

Edgardo asistió como invitado a un curso sobre sociología latinoamericana en Livorno (Italia) en el verano de 1963, cuando frisaba los 22 años y era estudiante de la Universidad Pontificia de Salamanca (España). Ahí conoció a un antioqueño que ya era sacerdote y que hacía un doctorado en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana, de Roma, y vivía en el Colegio Pío Latino, de Roma, que era para latinoamericanos. Tenía unos 38 años y se llamaba Luis Ruiseco. Con él hizo una buena amistad. Al regresar Edgardo a Colombia se enteró de que su amigo Ruiseco había sido nombrado arzobispo de Cartagena. Actualmente es un obispo emérito, pues ya cumplió la edad canónica para el retiro (75 años).
En la última visita que le hizo Edgardo en el 2003, le obsequió un folleto que hablaba del Convento de las Clarisas, que hoy es el hotel 5 estrellas “Sofital Santa Clara”.
Edgardo guardó ese folleto sin leerlo, hasta cuando en diciembre del 2005 lo encontró y lo leyó. Entonces le pareció algo increíble que lo que contaba hubiese sucedido precisamente en un convento de clausura de monjas clarisas por allá en 1682, en Cartagena. Vamos al grano con este cuento, que nadie se imagina que sucedió en este magnifico hotel 5 estrellas.
Por esa época, debido a normas eclesiásticas, las monjas clarisas estaban bajo la autoridad de la orden de los franciscanos y eran el brazo femenino de dicha comunidad. Allí, en ese convento, convivieron franciscanos y clarisas con abadesa incluida.
Debido a esta subordinación, la abadesa y sus monjas clarisas no se encontraban muy contentos (no se sentían bien, como se dice ahora). Según parece, los franciscanos las gobernaban con desgreño y con excesiva severidad. No les paraban bolas y las fiscalizaban mucho, amén de que les hurgaban la despensa, les increpaban que eran derrochadoras, les exigían relación de todos sus actos y hasta se atrevieron a preguntarles los pecados de pensamientos, que las hacían ponerse rojitas como un tomate.
De todo esto era sabedora la abadesa, y por eso se dirigió a su obispo para manifestarle el deseo de someterse a la autoridad de la diócesis y no a la de los franciscanos, que las ultrajaban. El obispo, Miguel Benavides, aceptó dicho pedido y le comunicó la decisión irrevocable al prior de los franciscanos.
Las clarisas inicialmente estuvieron felices pero, pasado un año —como decía Hamlet de las mujeres: fragility, thy name is woman—, fue nombrado prior de los franciscanos Fray Antonio Claves, hermano de la abadesa y cuatro monjas más. Al enterarse de la noticia, su fragilidad las llevó a cambiar otra vez a la potestad franciscana, pues creían que, por ser hermano de cinco monjas, el nuevo prior se mostraría laxo y complaciente hasta lo impensable.
La abadesa pidió audiencia con el obispo para comunicarle las razones del nuevo cambio y para manifestarle que, así, él, como obispo, quedaría exonerado de tamaña carga. El obispo no tragó entero y entendió muy claro por qué la iglesia jamás había nombrado papisas, obispas, cardenalas, sacerdotisas, etc., etc. Les reprobó su falta de seriedad y consistencia y les expresó que haría falta ser imbécil —y no lo era él— para no darse cuenta de sus intenciones perversas. Las angelicales clarisas salieron del Episcopado echando fuego por sus ojos y despotricando del obispo. Cuenta un cronista anónimo que la abadesa, que era española, había tenido la osadía de “cagarse en la señora madre del obispo”. (“Me cago en su madre”, dizque le dijo al viejo obispo.)
Las monjas, al verse rechazadas por el obispo, recurrieron al gobernador, don Rafael Capsir, para apelar a su autoridad. El gobernador también rechazó la petición, pues no era de su incumbencia. Ante todo esto los curas franciscanos se dirigieron a la Real Audiencia de Santafé, que aceptó la petición y las clarisas volvieron bajo la férula de los franciscanos. Al enterarse, el obispo le comunicó a la Real Audiencia que estaba miando fuera del tiesto, pues esta decisión correspondía a la autoridad eclesiástica y que, por lo tanto, se negaba a aceptar el fallo de los oidores, y las clarisas seguirían bajo su báculo. Claro está que los franciscanos de entonces no eran los humildes seguidores del padre de Asís. Eran díscolos e incorregibles y apelaron otra vez a la Real Audiencia, que se sostuvo en que las monjas quedaran bajo las órdenes de ellos. El obispo se encolerizó y el problema no tuvo solución inmediata. Es aquí cuando comienza esta tragicomedia debido a la terquedad de las monjas clarisas ante la decisión del obispo.
Todas estas peleas enredaron el problema y caldearon los ánimos. Y como el problema hizo metástasis, el pueblo cartagenero metió las manos y pies en esta pelea eclesial, para agrandarlo más.
Lo más grave es que las clarisas, al ver que el problema se agrandaba, volvieron a cambiar otra vez de opinión y, teniendo como vocera a su abadesa, manifestaron que no querían estar bajo la jurisdicción de sus hermanos franciscanos sino bajo la férula del obispo. Esto enardeció el cotarro al ver que las monjas clarisas se habían confabulado para armar y poner en marcha una gigantesca mamadera de gallo.
Aquí sí estalló la tormenta. El gobernador y los mismos franciscanos enardecieron a la plebe para tomarse la clausura del convento de Santa Clara.
Conocedor el obispo de este hecho, se vistió con los ornamentos episcopales y su báculo y se paró a la entrada del convento y amenazó al tumulto con excomulgarlos si osaban dar un paso adelante. La toma se detuvo pero, más tarde, la chusma se quiso tomar la casa episcopal. Viéndose en peligro, el obispo sacó el Santísimo en una espléndida custodia. Como no podía él permanecer todo el tiempo expuesto, para salvarse huyó a Turbaco escoltado por canónigos y sacerdotes. El propósito del obispo era permanecer en la vecina población hasta poder volver a su diócesis como obispo legitimo.
En ese momento había dos partidos: el del obispo y sus monjitas veleidosas, y el del gobernador y los curas franciscanos. El obispo no bajó la guardia y Cartagena vivió casi una guerra civil eclesiástica. Para aplacar a sus enemigos usó un castigo que la Iglesia tiene para estos casos, la cessatio a divinis, que es un mortífero castigo parecido a la excomunión y que consiste en no celebrar ningún rito religioso, incluyendo la misa.
Este castigo, en vez de atemorizarlos, los alebrestó más, pues pudieron más las argucias del gobernador y el fanatismo de la plebe, enemiga del obispo.
El gobernador manifestó por medio de hojas impresas que este castigo no valía; que no tenía efecto, porque el obispo se había desterrado y había perdido su potestad. Se llegó al clímax cuando los franciscanos y jesuitas, enemigos del obispo, lo desobedecieron celebrando misa por todos lados y administrando sacramentos.
La guerra alcanzó el punto más caótico de pugnacidad de lado y lado. Llegó el momento crítico en que el gobernador y los franciscanos llegaron al extremo de azuzar al populacho para que esta vez sí allanaran la clausura de las monjas.

Es evidente que, de haber triunfado esta arremetida, no habría quedado una sola virginidad monjil en su sitio, sin exceptuar los estragados hímenes de las monjas más ancianas.
Se habla mucho del asedio a Cartagena, pero la historia habla muy poquito del asedio a Santa Clara y de la heroica defensa de las monjas sitiadas. Sería inaudito que de la historia de Cartagena omitiéramos esta del convento de Santa Clara, y de el intento de su toma por la chusma.
Para la defensa de su convento, las clarisas no contaban con arcabuces ni morteros; sólo usaron su maravilloso ingenio. Los primeros invasores fueron atacados con piedras que matarían a unos, descalabrando a muchos. Iban acompañados de chorros de agua hirviendo que escaldaba a todos. La abadesa, cuando escasearon las piedras y el agua, convocó a sus lugartenientes para expresarles sus ideas.
“Nos vamos a quedar sin piedras y sin agua caliente”, dijo y expresó la sentencia inmortal:
“Cagad, amadas hijas mías; cagad y mead con largueza ejemplar, y ahorrad vuestros detritos en los barriles de que disponemos, que de ellos y del prudente manejo que les demos dependerá la salvación de nuestra Santa Clausura”.
Las clarisas entendieron el mensaje y juraron cumplir al pie de la letra las indicaciones de la abadesa. Ésta les agradeció la abnegación y las invitó a la capilla, donde se arrodilló y pidió perdón a Dios por tan ruines menesteres, terminando su oración así:
“Pido vuestra benevolencia, Señor, que tal será nuestra única defensa eficaz contra esa orden de impíos y blasfemos, enviados por Satanás para profanar nuestra clausura y perder nuestras almas en el infierno”.
Por orden de la abadesa todas las monjas, aún las más sobrias en el comer, se ponían a comer contra su voluntad, contribuyendo con ello a incrementar las reservas de pertrechos de grueso calibre. Claro que no descuidaron la munición líquida y se pusieron a tomar más agua que los camellos y, además, vino en cantidades alarmantes que aumentaron las virtudes diuréticas del mismo.
Con gran criterio logístico, los toneles fueron abastecidos con el contenido de las bacinillas. Unos toneles contenían las meadas de las monjas y otros contenían la santa caca monjil.
Las monjas brincaban de alegría, y sólo esperaban la presencia de los invasores para enjabonarlos en mierda y lavarlos de miados. El cielo las oyó. Los toneles de mierda y miados estaban en las ventanas. Los invasores jamás imaginaban que se iban a topar con esta insólita clase de proyectiles. La estampida fue vertiginosa sobre sus rostros, que quedaron cagados y miados. Los frailes apenas gritaban: “Estas malditas monjas cagan y mean como demonios”.
Creyendo que esto no se repetiría, intentaron una segunda toma del convento. Pero esta vez fue peor. La catarata fecal y diurética fue mucho más abundante, y la desbandada fue más desordenada y caótica. Los malogrados sitiadores volvieron ante el gobernador, todos cagados y meados, quien les dijo:
“La única forma posible de doblegar a estas cagonas churrientas es aplicarles toda la artillería existente”.
Todos se opusieron a esta bárbara solución. Decidieron rendirlas por hambre, y pusieron vigilantes para que no les ingresara ningún tipo de alimentos y bebidas. Pasaron varias semanas y el efecto de la hambruna no aparecía y, por el contrario, las monjas salían todos los días a reírse a carcajadas en las ventanas y a lanzar bolsas de mierda que se reventaban al dar en el blanco, cosa que causaba risa a las monjas y arrechera a los impotentes sitiadores.
Mientras todas estas cosas pasaban, la ciudad hervía. Había peleas a toda hora y muertos a navaja. Como que se avecinaba la más espantosa anarquía. Los templos eran territorio de nadie, la torre de la catedral fue bombardeada y ya nadie se sentía seguro en Cartagena, fuera clarisa o seglar, hombre o mujer, noble o plebeyo, libre o esclavo.
Todos observaban que las monjas clarisas estaban saludables y regordetas, a pesar del sitio al convento. Al poco tiempo se descubrió un túnel por donde algunas almas piadosas y partidarias de las monjas les llevaban alimentos y bebidas. Un escuadrón de albañiles taponó el túnel y ahora sí empezó el verdadero sitio del convento de Santa Clara.
Aun así, las monjas no capitularon. Estaban resueltas a morir de hambre antes que volver a órdenes de los franciscanos. (¿Quién entiende a las mujeres?) Las clarisas no bromeaban. Las mujeres maman gallo siempre, salvo cuando odian. En esto son de una seriedad ejemplar, y las clarisas odiaban a los franciscanos como monstruos del averno.
Cuando el gobernador y la plebe concluyeron que las monjas, por no comer y beber, estaban descacadas y desjugadas de orina, intentaron un último asalto, pues estaban convencidos de que se morían de hambre. Al enterarse de esta toma, se fugaron del convento en una noche negra y tormentosa, y se guarnecieron en la residencia del señor obispo. Al tomarse el convento, la chusma se llevó un gran chasco, ya que, con seguridad, muchos iban con la intención, no sólo de abrir las puertas del convento, sino las piernas de las clarisas más jóvenes.
Dicen que una clarisa, que estaba arrepentida de sus votos perpetuos, se asiló en casa de un cuñado porque estaba enamorada del teniente Domingo de la Roche, y que con él se arrejuntó.
Poco a poco la torta se fue volteando a favor del obispo Benavides, en especial cuando llegó de Santafé el apoyo irrestricto a él y a sus ideas. Hasta una bula pontificia le dio la razón al obispo de Cartagena. Ya al final levantó la cessatio a divinis. Viajó a España y, cuando quiso regresar a su sede, murió en Cadis cuando tomaba el barco. Las clarisas entraron al orden y, cuando ya el prior de los franciscanos murió, pasaron en forma definitiva bajo el priorato de los franciscanos.
Debido a este hecho insólito poco conocido, monseñor Ruiseco, siendo obispo de Cartagena, le dio a Edgardo dicho folleto.
Que bueno sería que los huéspedes del hotel Santa Clara conocieran esta historia y que, cuando echen la mirada a los aires acondicionados empotrados en las ventanas, recordaran que en esos mismos sitios estuvo hace tres siglos largos instalada la más hedionda artillería que ha conocido la historia militar de la humanidad. Este hotel también fue hospital antes de convertirse en el actual hotel Sofital de Santa Clara.
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FUENTE: Folleto de la Corporación Nacional de Turismo. Cartagena, 1999.


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Mea culpa del Director

Inhumado el doctor Virgilio Durán Martínez casi al mediodía del martes 22 de noviembre del 2005, una patota de sus amigotes —entre ellos, «el suscrito» Director— cogió para la tienda de Chamizo donde se hizo una «vaca» para que un taxista le trajera, de un estanco, una botella de elíxir escocés.
Al servirse el primer trago cada uno, el Director propuso un brindis por la memoria de Virgilio, tras lo cual se le ocurrió dedicarle a Víryil la próxima edición. Así se los informó a los «columnistas compulsivos» de Occidente Universitario —Guillermo Carrillo, Ricardo García y Carlos Africano—, solicitándoles que cada uno escribiera su semblanza de Virgilio, y extendió la invitación al resto de presentes.
Los tres «columnistas compulsivos», por estar jubilados hace rato, «hicieron la tarea». Pero como «el suscrito» Director está todavía jornaleándole a la U —por haber nacido tarde—, pues ocurrió que el ajetreo con los temas y los estudiantes de las tres asignaturas a su cargo, más la consabida «correteada» de terminación de un semestre para realizar los exámenes finales, aunada a la revisión y diagramación del material que iban trayendo los colaboradores de Occidente para la próxima edición, no le dieron tiempo de garrapatear una semblanza... lo cual fue un «pecado mortal» sin atenuantes pues, si quienes escribieron sobre Víryil fueron sus amigos y colegas, «el suscrito» Director fue eso y algo más: su discípulo en cuatro asignaturas.
Pero en la mañana del lunes 12 diciembre, a 24 horas de difundirse la edición 55, el colega Carlos-erre, quien es profesor de hora-cátedra, le dio la clave al Director para que su «pecado» fuera «venial» y no «mortal»: como Carlos-erre había leído el material a medida que llegaba, le sugirió al Director incluir el «discurso» que había escrito y leído con motivo de la presentación del primer libro escrito por Virgilio.
Así que con el texto «A propósito de la obra Viaje fantástico por el tranvía de Cúcuta», el Director no se «autonegrió» pasando en blanco, pues en tal escrito, del 2 de septiembre de 1999, hay una mini-semblanza de Virgilio como maestro y también como colega.
No obstante, si su «pecado» fue «venial», fue «pecado» a fin y al cabo, pues él fue el promotor de garrapatear una semblanza de Virgilio para la edición 55. No «desempolvar» una mini-semblanza de 75 meses antes.
En todo caso, y a pesar de que las semblanzas que escribieron sus amigos y colegas prácticamente dejan a cualquiera sin libreto para decir una frase más acerca de Virgilio, sea concluir este mea culpa agregando, como colega, ex discípulo y amigo, que Virgilio fue consistente en lo que dijo y lo que hizo. Que por eso no tuvo término medio como colega, como maestro y como amigo. Y que por eso fue apreciado por algunos y malquerido por el resto.
Porque como nunca fue panegirista de los que en cualquier nivel detentan el poder; como nunca le dio «caramelo» con una mano a Dios y con la otra mano al diablo; como nunca fue un contemporizador, como ahora se le dice a la argucia de todo pusilánime de arrimársele al árbol que con mejor sombra lo cobije; pues, por eso, todos sus detractores y todos sus amigos supieron siempre a qué atenerse. Y en el actual tercer mileno (¿o siempre ha sido así?) es más fácil dar con el sostén de «el seno de Abrahán», que con un ser de tal talante.
Del cual, por cierto, en las tertulias sus amigos echarán de menos su voz de bajo (¿o acaso fue barítono?) cantando, con el acompañamiento musical de su guitarra, tangos, boleros, rancheras y, de cuando en vez, una pieza musical del país de Raphael, Manuel Alejandro y Nino Bravo. Luego qué mejor que citar a Emir Boscán para describir el vacío que les ha dejado a sus amigos:
Ya se fue el mejor:
¡el mejor cantor!
(Viernes 13 de enero del 2006.)
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Cuando la barba de tu vecino veas cortar, pon la tuya a remojar, sentencia un refrán, y a no desestimarlo fuerza el escándalo mundial de mediados de diciembre del cual fue protagonista el (seudo) científico surcoreano HWANG WOO–SUK, quien en la revista científica SCIENCE orquestó como logro científico del siglo una mentira: que él había extraído células madre de embriones humanos clonados, y que había clonado un perro.
El charlatán laboraba en la Universidad Nacional de Seúl, y por el fraude debió renunciar a su plaza de… «docente investigador», expresión (la encomillada) que se le ocurre utilizar al «suscrito» Director pues, en más de una universidad privada en nuestro medio, con ella se auto-orquesta más de un colega.
Y el charlatán fue tan sagaz —como todo charlatán—, que en su momento hubo expertos que aclamaron su «proeza», declarando —palabras más, palabras menos— que tal genio intergaláctico merecía el premio Nobel.
Luego a no desestimar la advertencia del refrán deberían sentirse obligadas, ante todo, las universidades que no aparecen en el Top Ten —ni siquiera entre las primeras quinientas del planeta— del Hit Parade que el año antepasado elaboró la Universidad de Shanghai por encargo de la Comunidad Económica Europea.
Sobre todo la universidad estatal en nuestro medio, pues los «puntos» que por productividad académica ofrece el decreto 1279 del 2002, y que revierten en dinero puntual o vitalicio, podrían impulsar a más de un profesor, de esos que tienen tramado a más de uno con que es un genio intergaláctico, a capitalizar mediante el fraude dineros del Estado.
Con el agravante de que después la institución podría quedar como lo que hay entre una nalga y otra, si ante otras instituciones se le ocurriera presentar esas chimbadas como «el producto del ingenio» de su genio intergaláctico.
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¿Ley Patriota?

CARLOS BALL, director de la agencia
AIPE; académico asociado de Cato Institute.
(El Tiempo, jueves 12 de enero del 2006, p. 1-14.)

Si los políticos dicen que algo es blanco, muy probablemente sea rojo, azul o negro. Ejemplo de ello es la llamada Ley Patriota que, a instancias del Ejecutivo, el Congreso de Estados Unidos extendió [prorrogó] hace poco.
La Cuarta Enmienda de la Constitución sostiene “el derecho de los habitantes a la seguridad de sus personas, domicilios, papeles y efectos contra incautaciones arbitrarias; será inviolable y no se expedirán al efecto órdenes (judiciales) a menos que exista causa probable, corroborada por juramento o declaración solemne y cuyo contenido describa específicamente el lugar para ser registrado y las personas o cosas objeto de detención o embargo”.
Esa enmienda fue incluida como rechazo a los abusos de soldados ingleses que en la época colonial violaban hogares en busca de lo que pudieran utilizar contra la gente; desde entonces se requería la decisión de un juez, aprobando previamente todo allanamiento.
Lamentablemente, a lo largo de la historia, las guerras han sido las mayores destructoras de la libertad individual. Como ejemplo, recordemos que antes de la Primera Guerra Mundial, la gente podía viajar adonde quisiera —exceptuando Rusia y Turquía— sin pasaportes ni visas.
Asimismo, la guerra contra las drogas del último cuarto de siglo y la actual guerra contra el terrorismo islámico han debilitado progresivamente la Constitución. El 15 de octubre del 2001 se promulgó la llamada Ley Patriota, con muy poco debate en el Senado, mientras que a los diputados [los miembros de la Cámara de Representantes] les dieron media hora para leer una compleja propuesta de 300 páginas, lo cual culminó en lo que el juez Andrew Napolitano ha llamado “el mayor rechazo antipatriota a la privacidad”, principio hasta entonces respetado y garantizado por la Constitución.
El resultado es que ahora funcionarios del gobierno federal pueden obtener información confidencial de la gente en cualquier lugar (su consultorio médico, su farmacia, su hospital, su banco, su empresa de seguro, su abogado, su cartero, su agencia de viaje, la compañía de teléfono, la empresa donde trabaja, la casa de la mamá, etc.) sin el permiso de un juez que previamente analice la causa probable. Según el viejo dicho, “el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones” y este impresionante irrespeto a tan importante principio constitucional es trágico y reprochable.
Desde octubre del 2001, se han producido 120.000 acciones de este tipo contra habitantes de Estados Unidos, sin el previo visto bueno de un juez.
Es una dura y triste realidad que en América Latina nos acostumbramos a que los políticos pierdan todo sentido de proporciones apenas se sientan en la silla presidencial. A partir de ese momento, lo que dicen y lo que quieren se convierte en ley, supuestamente por el bien de la nación. Así hemos visto cómo nuestros sistemas democráticos se han ido convirtiendo en farsas y donde gobernantes como Chávez, Kirchner y Lula utilizan un supuesto entorno republicano para convertirse en dictadores mucho más dañinos que aquellos que nos gobernaron en el siglo XX.
Pero es una verdadera tragedia que esto esté sucediendo hoy en Estados Unidos, sin mayor preocupación ciudadana, y que el debate se mantenga a un bajo nivel partidista, más que principista.


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Pues sí: arando en el mar
y sembrando en el desierto


JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.

En su columna Vía Libre, del viernes 6 de enero, Renson Saíd escribe en el diario La Opinión:
«Escribo columnas desde que estaba en el colegio. Pero nunca desde entonces me había dado cuenta de la inutilidad de la columna de prensa. No sirve para nada salvo para causarle dolores de cabeza al columnista. Se escriben columnas sobre lo que sucede en la realidad sin que la realidad se afecte.»
Yo, en cambio, en el colegio jamás escribí una columna —ni siquiera algún artículo, pues el primero lo escribí en 1985 para Oriente Universitario, que es el periódico oficial de la Universidad Francisco de Paula Santander—, y en el Editorial (o algo así) de la primera edición de Occidente Universitario registré por cuáles dos razones Occidente Universitario no es un periódico, así como en su cabezote siempre se ha aclarado que Occidente Universitario no es más que una publicación informal editada en la «u-efe-pe-ese».
De modo que a lo que escribo en Occidente escasamente se lo podría llamar «artículos» —no «columnas»; y «columnas de prensa», mucho menos—, por lo cual no padezco la tribulación de haber arado en el mar y sembrado en el desierto, pues jamás se me ha ocurrido pretender cambiar el mundo cuando garrapateo una opinión sobre el proceder inadecuado o arbitrario de una autoridad individual o colegiada y sobre las inconsecuencias de las decisiones de una u otra.
A fin y al cabo, la arrogancia del poder es tan excluyente de la humildad para reconocer un yerro propio y enmendarlo, como lo es «sagacidad» de «inteligencia». Y menos debe uno pretender cambiar el mundo cuando quienes tienen el poder para enmendar las inconsecuencias de lo que otro u otros se «cranearon» —ya por torpeza o bien para beneficio personal— le tienen un pavor reverencial a dichos «genios», aunque se encuentren jubilados.
Así, por ejemplo: la actual estructura orgánica, tan burocrática y costosa —y perdone usted el pleonasmo—, sigue incólume, a despecho de que en la edición del 15 de noviembre del 2001 del periódico oficial, Oriente Universitario, cuestioné el desacato directivo contra el Consejo Superior, habida cuenta de que él, mediante Acuerdo 007 del 7 de marzo de ese año, preocupado por el alto grado de burocratización que se generó con la implementación de los Departamentos Académicos y acatando al Consejo Nacional de Acreditación en su exigencia, ordenó al señor rector (y al Consejo Académico, por extensión; se sobreentiende) replantear tal estructura, de modo que una nueva le devuelva su autonomía a las Facultades y Carreras.
Y también a despecho de que en tal cuestionamiento insistí en el Editorial (o algo así) de la trigésimo quinta edición (del 13 de julio del 2004) de la publicación informal Occidente Universitario, y reinsistí en el de la edición 42 (del 13 de diciembre de ese año), en el cual, por cierto, planteé que el rector que se elija en junio del 2006 de pronto resulta cojonudo para replantear tal estructura. Más, aún: ya en el Editorial (o algo así) de la décimo tercera edición (del 13 de marzo del 2003) había planteado que la actual estructura orgánica es, tan burocrática, que ya no hay gente pa’ tanta cama.
O, por ejemplo: en el Editorial (o algo así) de la trigésima edición (del 20 de abril del 2004) planteé que, en cuanto a la vinculación de profesores de carrera, el staff se queda con «los vueltos» si el dueño del muerto no lo llora, y lo reiteré en el de la edición 45 (del 10 de marzo del 2005), poniendo de botón para la muestra a la carrera de Electrónica a la cual, después de la posesión de 4 profesores de tiempo completo el 14 de febrero del recién pasado año, le están debiendo un par de cupos, como quiera que los 4 posesionados eran profesores explotados con la modalidad de medio sueldo.
Y a la fecha en que la presente edición de Occidente Universitario se difunde, ni el decano de la Facultad de Ingeniería, ni el director de la carrera de Electrónica ni el director del departamento respectivo «le han pasado el sombrero» a dicho staff, a sabiendas de que «el reembolso de los vueltos» no lo tiene que aprobar el Consejo Superior, porque él aprobó en el presupuesto en su momento el pago de 4 nuevos sueldos justos, y no el de 4 nuevos semi-sueldos.
Claro que, como toda regla tiene sus excepción, hay un evento que sugiere que alguna vez uno no aró en el mar ni sembró en el desierto.
Es el caso de que, de tanto joder y re-joder en más de un Editorial (o algo así) contra la vinculación de profesores de carrera devengando medio sueldo, modalidad a la cual considero la versión «postmodernista» de lo que en otros tiempos se denominó «La Esclavitud», el Consejo Académico —o eso me comentó en su momento el actual vicerrector de la Academia— adoptó la decisión de no volver a practicar esa grotesca modalidad de explotación.
(Claro que, ante tal versión que no es escrita sino oral: Pago por ver, como dicen los tahúres en el cine.)
O, por ejemplo: en la segunda parte del Editorial (o algo así) de la edición N° 28 (del 4 de marzo del año antepasado) le cuestioné a la Rectoría su curiosa e inexplicable milimetría salomónica de repartir «equitativamente» entre las 6 Facultades «la bolsa» de los cupos, cada vez que se va a convocar un concurso público de méritos para vincular profesores de carrera. Allí escribí, para sustentar por qué a tal reparto «equitativo» lo considero inequitativo contra la Facultad de Ingeniería, que:
(...) así a más de uno se le derrame la bilis o se le reviente alguna úlcera, el hecho es que Ingeniería tiene el peso específico de las otras 5 Facultades, como quiera que en ella está matriculado prácticamente la mitad del estudiantado presencial (... y) aproximadamente la mitad del profesorado de carrera está adscrito a Ingeniería, por lo cual es la Facultad más damnificada (...)
Y en la última semana de diciembre —esto es: estando en vacaciones— fortuitamente me enteré de que en el primer semestre de este nuevo año se convocará un concurso público para vincular profesores de carrera. Como eso es todo lo que supe, no sé si se volvió a aplicar la misma milimetría salomónica. Pero como lo más probable es que sí, por aquello de que Maña vieja no es resabio, aspiro a que el decano de la Facultad de Ingeniería —aunque infructuosamente, claro está— haya luchado como gato con las patas de p’ arriba contra ese «frente-nacionalismo» irracional y pernicioso. (Así seríamos dos los que empujamos, tratando de reversar al paquidermo.) Pues, como concluí en ese editorial de marzo del año antepasado:
(...) con esa curiosa e inexplicable milimetría salomónica de darle a cada Facultad el mismo número de cupos, dentro de un trienio o un quinquenio en esta Universidad ocurrirá el contrasentido de que habrá tantos o más profesores licenciados que (profesores) ingenieros.
Y por cierto que hace 22 meses no tuve información de que algún licenciado me hubiera incluido en La lista de Schindler de sus odios, a pesar de que en dicho editorial me referí a todo licenciado. Pero por haberme referido en el Editorial (o algo así) de la edición 55 (del pasado 13 de diciembre) a unos cuantos licenciados —que se cuentan con los dedos de una mano, pues me referí a los que tienen curul en el Comité de Asignación de Puntaje, o como ahora se le llame—, dizque más de varios me han incluido en dicha lista, y dizque han contratado un abogado para que les cranee una demanda que me impute haber injuriado, o algo así, el título académico denominado en Colombia «licenciado».
Lo cual, después de todo, no es una novedad. Pues si Gabriel García Márquez se da el lujo de escribir para que lo quieran sus amigos, a mí me ocurre todo lo contrario: con cada escrito me gano otro enemigo, por lo menos. Claro que nada peor que lo que me ocurrió en el 2000, por lo poco que escribí durante la «campaña electoral» de dicho año para elegir por tercera vez rector: me gané el odio perpetuo y visceral del sector profesoral (que no administrativo, y tampoco estudiantil) cuyo candidato daba por descontado que sería el favorecido.
Pero, en fin: esos son los «gajes del oficio». O las consecuencias de escribir para opinar cuando, ante una inconsecuencia, «Raimundo y todo el mundo» opta por legitimar con el silencio lo que es improcedente. O por no guardar silencio escrito cuando alguien tiene que escribir Esta boca es mía, y nadie más lo escribe. Y ese precio que uno paga no es más que la catarsis de quien, por creerse genio intergaláctico, se considera a salvo de la menor posibilidad de equivocarse; o que, por creerse predestinado para gobernar a perpetuidad a la guacherna, considera que su autoridad de origen celestial le exige a tal guacherna unanimismo, aplauso y servilismo.
Esto, desde luego, me recuerda lo que, palabras más, palabras menos, dijo un actual decano alguna vez —obvio: cuando aún no era decano—: «Si se metió a marica, mueva el culo».
Porque si uno —más que «devanarse los sesos»— se muele el culo sentándose a escribir, y no para aplaudir al rector o al presidente gringo o de Colombia, pues debe tener: ante todo, humildad para admitir que será cuasi imposible cambiar a uno u otro personaje; luego, resistencia para afrontar la arremetida de éstos y sus áulicos; y después, claridad mental para entender que la reacción de «La Caballería» es problema de ella y no de uno.
Pero como afortunadamente No hay mal que dure cien años ni cuerpo que se lo mame, esta «lata» mía terminará el 13 de febrero del 2008, cuando habré adquirido el derecho a «pasar a retiro» el día siguiente. Desde luego, si la vida me alcanza para llegar a tal 14 de febrero. Porque si no, que ojalá Descansen en Paz sean las tres palabras que pongan sobre mi tumba de epitafio.


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ARTÍCULOS DE RELLENO», PARA
QUE EL NÚMERO DE PÁGINAS SEA PAR:
(OBVIO: LA DE LA «VERSIÓN EN PAPEL»)


NOTA DEL DIRECTOR
A media mañana del miércoles 14 de diciembre del 2005 al Director se le desguazó la carpeta de trasteo («carpeta de trasteo», pues no utiliza maletín). Entonces buscó, en un arrume que hay detrás del escritorio que utiliza, dos carpetas: una que tuviera el menor número posible de papeles, y otra no tan voluminosa en la cual cupieran éstos. Y en la «flaca» que encontró había un par de textos que —ya no recordaba— recortó en marzo de 1996 del entonces diario El Espectador.
Uno de los textos, de la sección Así va el mundo, es un despacho desde Nueva York de ANSA (Agenzia Nazionale Stampa Associata) publicado en la página 4-A el sábado 16 y titulado: Rematan manuscrito de (Albert) Einstein.
Y el otro es el artículo Lunes lunáticos, del doctor ANTONIO PANESSO ROBLEDO en su columna diaria Temas de Nuestro Tiempo, publicado en la página 2-A el lunes 25.
A continuación se reproducen como (Artículos de «relleno», para que el número de páginas sea par:).


Lunes lunáticos

El especialismo como
barbarie intelectual.


Gran parte del mundo moderno vivió en una era copernicana. Otra en una era newtoniana, que aún subsiste. Pero en realidad el mundo de hoy es einsteniano, de la relatividad del universo curvo. Es una cultura astronómica, por decirlo de alguna manera. La gente común está aprendiendo normalmente conceptos que habrían sido absolutamente incomprensibles para la mayor parte de los sabios que en el mundo han sido. La navegación celeste se hace hoy con guía en una estrella, Rigil Kentaurus, que está (y decir está ya es un concepto relativo) a cuatro millones y medio de años luz. Es un tipo de estrella que, según los cálculos matemáticos, tiene una vida media de un millón de años. Eso quiere decir que nos guiamos por una luz que no existe hace tres y medio millones de años. No existía, hace muchos millones de años, cuando el hombre apareció sobre la Tierra. Sabemos, pues, que vemos objetos inexistentes, así como utilizamos en el lenguaje ordinario expresiones que sabemos falsas, como cuando decimos que el sol se oculta o que la luna se levanta.
Aunque para el niño de cualquier época no hay nada más comprensible y común que el milagro, nuestra época es la primera en la historia que tiene verdaderos milagros, comprobables y científicamente aceptados. O sea, que ya no se llaman milagros. Para el niño es completamente natural que un sapo se convierta en un príncipe y se case con una princesa que a su vez durmió durante millares de años en un bosque. Lewis Carrol sabía muy bien que los niños son los únicos capaces de entender, al primer encuentro, a Alicia en el país de las maravillas. Pero sólo nuestro tiempo les presenta un mundo superior al de la fantasía y que forma parte además de su futuro conocimiento del mundo, sin tener que pasar de la etapa de la fantasía al mundo del conocimiento científico.
Por eso mismo los escollos de la cultura son en nuestro tiempo mucho mayores que en cualquier época anterior. La extensión de conocimientos ha conducido a una especialización gradual, que ha llegado a los límites de la ignorancia total: cada vez sabe el especialista más sobre menos cosas, hasta que sabe todo lo que se puede saber sobre una cosa tan insignificante que ya no vale la pena saberlo. En cambio, y en la misma medida, el especialista ignora cada vez más sobre más aspectos de la cultura y de la vida, aspectos que son justamente los que se desenvuelven a un ritmo más rápido. Finalmente, el especialista acaba por no servir para nada, porque se ha arrinconado tanto en un universo complejo que no puede comprender lo que realmente pasa en el mundo, ni siquiera en su especialidad.
Es este un caso extremo, citado para demostrar el peligro del espacialismo y la urgencia de una cultura amplia, que exige mayores sacrificios en el esfuerzo intelectual, así como, en el principio de la cultura humana, el esfuerzo de supervivencia era ante todo físico. Las universidades modernas están orientando la cultura profesional con el complemento obligado de otros aspectos distintos de la especialización, e inducen al estudiante de la escuela técnica a adquirir elementos básicos de humanidades clásicas, así como el especialista en arqueología tiene que dominar al menos los rudimentos de las matemáticas y la biología. La razón de ello no es simplemente cuestión de erudición, ni de cultura desinteresada, ni siquiera de avance del espíritu, sino otra más inmediata y empírica: que el especialista es tanto mejor en su profesión cuanto mejor domine otros campos distintos del suyo. Y al revés: que un especialista ignorante de los demás aspectos de la ciencia es inútil o, aun, peligroso.


Rematan manuscrito de Einstein

Un manuscrito de Albert Einstein de los años 1911-1912, que representa una etapa intermedia entre la teoría “especial” y la “general” de la relatividad, se rematará hoy en Sotheby’s.
Las 72 páginas del manuscrito están escritas de ambos lados, con frecuentes tachaduras y reelaboraciones. La evidencia del proceso creativo es el mayor encanto del manuscrito, iniciado en Praga, en 1911, en un papel de modesta calidad. Einstein enseñó en esa ciudad, en la Universidad Carlos Fernando, pero el trabajo fue terminado en papel de primera calidad en Zürich, a donde el científico se trasladó en 1912.
En la famosa fórmula que establecía una relación entre pequeñas variaciones de masa y grandes liberaciones de energía, conocida en su forma simplificada E=mc al cuadrado, tenía una “L” junto a la “E” en una primera redacción, que luego Einstein suprimió.
Otras tachaduras y correcciones no sólo demuestran el proceso creativo de la ciencia en formación, sino también el esfuerzo, el rigor y la atención con respecto al idioma y al estilo, que caracterizaban al científico alemán que luego tomó la ciudadanía suiza.
El manuscrito había sido pensado para publicar en el quinto volumen del “Haandbuch der Radiologie” que le había pedido el profesor Erich Marx. El estallido de la I Guerra Mundial postergó la publicación del volumen y, 10 años después, el mismo profesor le pidió a Einstein que reelaborara el manuscrito. Einstein rechazó el pedido, pues entendía que las sucesivas reelaboraciones de la teoría habían llegado a su madurez en 1916, en la formulación de la teoría “general” de la relatividad. El interés histórico del manuscrito es grande, pues aclara dos fundamentales momentos del pensamiento einsteiniano.


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NOTAS:

Por limitaciones pecuniarias, las ediciones
«en papel» de Occidente Universitario,
que se difunden completamente gratis, es
de 40 ejemplares, en promedio.

Cualquier nota que no tenga explícitamente
autor, debe ser atribuida exclusivamente al
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