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OCCIDENTE UNIVERSITARIO
N° 71(Ver todos los números)

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Publicación informal, editada en la UNIVERSIDAD FRANCISCO DE PAULA SANTANDER
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Director-Editor: JAIRO CELY NIÑO l 10 pp l JUEVES 23 DE NOVIEMBRE DEL 2006


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EDITORIAL (O ALGO ASÍ).
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Malgastando una «herramienta»

Al final del «Editorial (o algo así)» de la edición 66, del jueves 28 de septiembre, se preguntó: ¿por qué en la marcha de protesta nacional del martes 26, desde el Parque Simón Bolívar hasta el Parque Santander, el número de estudiantes fue menor que la suma de funcionarios no docentes y docentes?
Inmediatamente después se respondió que porque hubo un par de fallas: la primera, haber bloqueado el acceso al campus desde muy temprana hora, por lo cual más de la mitad de la multitud estudiantil, fatigada por no haber afuera de la Universidad dónde sentarse «todo el mundo», se devolvió para la casa; y la segunda, que, a diferencia de lo que se ha hecho en ocasiones anteriores, no se hizo una mini asamblea triestamentaria para motivar la participación del estamento estudiantil.
Seis semanas después, en la jornada de protesta nacional convocada para los recién pasados miércoles 8, jueves 9 y viernes 10 de este mes, se incurrió en las mismas fallas para la marcha del jueves 9 de noviembre, también desde el Parque Simón Bolívar hasta el Parque Santander. Por eso el número de estudiantes fue menor que la suma de funcionarios no docentes y docentes.
Pero también se incurrió en otro par: se desestimó el sentido de oportunidad y la convocatoria fue expuesta a dudas. Lo primero, porque el comunicado convocante, en formato de «chapola» y no fechado, se difundió a última hora de la tarde del miércoles 8 de noviembre. Y lo segundo, porque tal comunicado careció de las firmas (incluso, de los nombres) de los presidentes de las tres organizaciones gremiales convocantes: la Asociación de Profesores, Sintraunicol (el sindicato de los funcionarios no docentes) y el Consejo Superior Estudiantil.
Es más: el comunicado se comenzó a difundir a última de la tarde del miércoles 8 de noviembre, pero desde temprana hora de esa tarde el acceso al campus se había estado alternadamente impidiendo y permitiendo.
Y hubo algo incomprensible: si el acceso al campus estuvo bloqueado todo el jueves, día de la marcha, también el viernes estuvo bloqueado hasta las doce meridiano, sin que alguno de los presidentes de las organizaciones gremiales de profesores, administrativos y estudiantes se asomara esa mañana, de tal modo que quienes estaban ansiosos de jornalearle a la Academia padecieron la incertidumbre de si tales ansias se podrían desfogar o de si había que ahogarlas.
Ahora bien: «el suscrito» Director fue presidente de la Asociación de Profesores durante once años y quince días más, y por tal condición organizó, con sus pares presidentes del Sindicato y del Consejo Superior Estudiantil, más de una marcha con previa asamblea triestamentaria, y más de una asamblea triestamentaria sin marcha posterior. Pero siempre fue enfático en que no era de su agrado el que «la Universidad entera entre cadenas gima», pese a lo cual más de una vez a las puertas de acceso les pusieron cadenas y candados; ya el Sindicato, o bien el Consejo Superior Estudiantil.
Y no le simpatizan los bloqueos por considerar que se debe «parar» por convicción, aunque no adhieran «Raimundo y todo el mundo», y no porque lo obligan los bloqueos. A fin y al cabo el «paro» es quizá el único «argumento convincente» que la «plebe» tiene para oponerle a la arrogancia del poder, y por lo tanto no se debe banalizar o malgastar o devaluar, porque cada vez participaría menos gente.
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Hace una semana fijaron en la cafetería del 4º piso del edificio Fundadores un comunicado sin firmas y sin fecha, que tiene este encabezado: Intransigencia de la administración de la Universidad genera conflicto laboral. No obstante, tal comunicado tiene por membrete: Sindicato de Trabajadores y Empleados Universitarios de Colombia / “Sintraunicol”. Luego menciona la presentación de un «pliego de peticiones y solicitudes» al staff.
Por lo que entiende «el suscrito» Director, el Sindicato ha firmado con la Universidad Francisco de Paula Santander convenciones colectivas y, hasta donde entiende «el suscrito» Director —quien no es abogado ni ha presidido un sindicato—, las convenciones colectivas tienen un período de vigencia, prorrogable sucesivamente otro tanto si ninguna de las partes la denuncia.
Ello fuerza al «suscrito» Director a preguntarse si el pliego mencionado tiene carácter de una nueva convención o el de solicitudes aditivas, y a lamentar que la Rectoría no lo informe. ¿Para qué? Pues para envidiar al Sindicato, si fuese lo segundo.
Porque, en el caso del profesorado de carrera, éste tiene un régimen prestacional y salarial consignado en un decreto que es, tan inamovible o tan estático, que en lo único que cambia cada año es en el valor del punto, que lo decreta el Presidente.


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Un doctorado honoris causa ¿injusto?


GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es

En 1930 el doctor Alfred Blalock, un brillante médico cirujano, investigador de la Universidad de Vanderbilt, empleó a un joven negro, llamado Vivien Thomas, como todero de laboratorio. Este era un muchacho despierto e inteligente, con mucha pasión por la medicina pero que, a causa de la depresión que se dio en Estados Unidos, había perdido todos sus ahorros, razón por la cual no pudo ingresar a la universidad. Así que fue a una escuela de oficios a aprender el noble arte de la carpintería, donde se destacó por sus habilidades manuales.
En una ocasión, el doctor Blalock encontró a su ayudante muy entretenido con uno de sus libros de medicina, que él mantenía en su oficina. Al indagarle el por qué de su interés, el joven negro le manifestó de su amor por esa maravillosa ciencia, y de su frustración por no poder cumplir con el sueño de su vida. Esto lo impresionó gratamente y se tomó la molestia de iniciar a su ayudante en los secretos de la medicina, prestándole libros y explicándole el contenido de los mismos.
A medida que pasaba el tiempo, Thomas se fue haciendo un erudito y ya intercambiaba conceptos con su patrón; tanto, que éste lo hizo nombrar como asistente de laboratorio y de sus investigaciones médicas, sobre todo las que realizaba con perros. Muy pronto, el doctor Blalock se percató de que ese muchacho era un genio del bisturí y de su creatividad, ya que diseñó y construyó una serie de instrumentos quirúrgicos, merced a sus maravillosas manos de carpintero. Fue un ascenso lento y progresivo: sirviente, discípulo, asistente y cuasi colega.
En 1941, la más prestigiosa, clasista y exclusiva escuela de medicina de los Estados Unidos, la Escuela de Medicina de la Universidad John Hopkins, nombró al doctor Blalock como jefe de cirugía. Él exigió, como única condición, que contrataran también a su asistente, lo que no cayó muy bien entre esos aristócratas, pues era inaceptable que un negro, con uniforme de laboratorio, se paseara por los pasillos de los centros de investigación. Sin embargo, logró imponer su condición y así empezaron un nuevo ciclo que los llevaría a la gloria.
Para Thomas fue un comienzo muy duro: nadie lo saludaba, nadie lo determinaba, era menos que la basura que sus hermanos de raza recogían en silencio. Pero también fue un acicate, dado que ese menosprecio, aunado a su voluntad de hierro, lo convirtieron en un verdadero ratón de laboratorio.

El síndrome del bebé azul es una enfermedad congénita del corazón. Se la llama así porque la piel de los niños es azulada, en razón de que no reciben el suficiente flujo de sangre. Para la época era una sentencia de muerte, por un axioma que existía: el corazón no es operable.
La doctora Helen Taussig, brillante investigadora, no estaba de acuerdo con ese criterio. Ella sugirió que era posible establecer un bypass del corazón hacia los pulmones, para incrementar el riego sanguíneo. Era un reto monumental: un nuevo procedimiento y un nuevo instrumental. ¿Existiría un cirujano que fuera capaz, con el poder de sus manos, de acometer semejante tarea? Obviamente, los pontífices de la medicina le cayeron a palo ante tremenda herejía. “¿Cómo les parece la culimba esa? Dizque quiere operar el corazón”.
El único que creyó en ella fue el doctor Blalock y, junto con su asistente, empezaron a darle vida a la hipótesis. Dos años y 200 perros después, lograron crear la técnica para obtener un resultado satisfactorio. Y la pregunta del millón: ¿funcionaría en los seres humanos? El 29 de noviembre de 1944 se llevó a cabo la primera operación a corazón abierto, en toda la historia médica.
El anfiteatro estaba a reventar. Lo más selecto del cuerpo médico gringo no quería perderse semejante momento. Las opiniones estaban divididas: la mayoría le apostaba a un gran fracaso; una minoría rezaba para que Eillen Saxon, una chiquilla con el mal azul, y que había pasado toda su escasa vida en los hospitales, saliera bien librada de semejante prueba. El quirófano, con paredes y techos de cristal, les permitiría a los asistentes seguir, paso a paso, todos los detalles que ese grupo de pioneros se alistaban a efectuar, bajo una tensión insoportable.
Cuando el doctor Blalock recibió el bisturí, entró en pánico: las manos le temblaban y el sudor le nublaba la visión. Abrió la puerta y salió corriendo a buscar a Vivien Thomas, su asistente. Lo hizo vestir con el atuendo quirúrgico y lo introdujo al quirófano. Sólo así logró calmarse. Todo mundo vio con asombro cómo un negro, que ni siquiera era colega, le iba indicando, verbalmente, todos los pasos técnicos al doctor Blalock y que éste, con toda humildad, acataba y hacía. Es decir, la primera operación exitosa de corazón abierto, fue dirigida por un carpintero segregado y menospreciado. Naturalmente, por no ser médico, Thomas no tocó el bisturí.
Meses después aparecieron, en las revistas científicas, los pormenores de tan maravillosa cirugía, bajo el rótulo de la “Técnica Blalock-Taussig”, sin mencionar a Thomas. Pero un reportero de la Associated Press se pilló la historia y les envió un reporte, a todos sus abonados en el mundo entero, haciendo quedar como un chocato a la Universidad John Hopkins y su pinche Escuela de Medicina.
En 1976, tratando de borrar la canallada que habían cometido con Vivien Thomas, la tan mencionada institución hizo otra peor: le concedió un Doctorado honoris causa... en Leyes, no en Medicina. ¡Hasta dónde llegan la envidia y los celos profesionales!
Así que el padre de la cirugía del corazón, el que capacitó a más de 250 estudiantes de postgrado, el que permitió que, hoy en día, se salven más de 1’300.000 niños que nacen con el mal azul en el mundo entero, no tuvo el derecho de ser tratado como colega por parte de unos médicos llenos de odio y rencor, empezando por los h.p. Alfred Blalock y Helen Taussig.
(Cúcuta, noviembre de 2006.) n
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POST-SCRIPTUM. La cadena de televisión HBO hizo una película, apegada a la realidad, y que le mereció obtener, el año pasado, el galardón de mejor cinta televisiva del año, bajo el título de “A corazón abierto”. Como es obvio, en Internet sobra la información respecto al tema.


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“Presentación en sociedad” de una Quadriga escrita


CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.

Mis amigos y coautores de Quadriga, doctores Guillermo Carrillo y Ricardo García, me designaron para que dijera unas palabras en la “presentación en sociedad” de este libro.
Lo primero es decir que una conjunción de ideas hubo de nosotros, los autores, para que este libro fuera una realidad.
Lo segundo, que con ese empuje y dedicación, con esa dinámica que le ha impuesto su fundador y director, el profesor Jairo Cely Niño, celebramos por estos días los cinco años de vida académica de la “publicación informal”, como reza su cabezote, de Occidente Universitario, fuente e inspiración originaria de Quadriga.
Recordamos al doctor Virgilio Durán Martínez, coautor también de la obra, para darle un parte de cumplimiento de nuestro proyecto.
En el homenaje que le hizo Occidente Universitario, con una edición especial sobre su vida y obra con motivo de su fallecimiento, en mi escrito que intitulé Me quedaste mal, Virgilio, haciendo alusión a otro de él (Te quedé mal, Luis Donaldo), decía yo:
El grupo de escritores compulsivos de Occidente Universitario, como nos llama nuestro director, acordamos editar un libro con algunos de los escritos que se nos han publicado en Occidente Universitario. Invitamos a Virgilio a participar. Se entusiasmó con el proyecto y empezamos a buscarle financiación. Quadriga fue el nombre que él le puso al libro. Me quedaste mal, Virgilio. No alcanzaste a celebrar con nosotros el nacimiento de esta nueva publicación.
Pero hoy te estamos recordando, Viryil.
Contamos con el decidido apoyo financiero que nos dio la Universidad Francisco de Paula Santander, en cabeza de nuestro rector, doctor Héctor Miguel Parra López, para hacer realidad la obra que hoy entregamos y que representa un aporte más en el indicador de publicaciones, para el proceso de acreditación en que está comprometida nuestra universidad.

Sin pretender ser unos expertos en cultura masiva, esta obra busca mostrar las facetas ligeras y amables de una diversidad de acontecimientos serios, dándoles un estilo cercano a la jerga y más bien distante de la rigurosidad propia del cientifismo. Hemos procurado un equilibrio entre lo técnico y lo histórico; lo costumbrista y lo humorístico. Siempre con la intención de arrancarle una sonrisa de satisfacción al lector.
Sin que fuera premeditado y sólo como resultado de los escritos, nosotros, los autores, descubrimos que lo técnico lo presentó Virgilio, siempre tan reposado; rígido, algunas veces. Lo costumbrista fue para Guillermo quien, con su pluma rápida y certera, nos ha dado amenas disertaciones sobre las costumbres cucuteñas, algunas non sanctas (como las narradas en los cuentos de cabaret); otras de añoranza, como aquella de: “¿Por qué me amaño tanto en Cúcuta?”. Lo humorístico lo tomó Ricardo quien, con su lenguaje ligero de expresión popular, nos saca una sonrisa que suena a carcajada en cada cuento suyo; a veces, con un lenguaje duro, con el desparpajo con que hablamos los calentanos, sin querer ser vulgares, porque resultaría risible poner a un embolador a hablar con la terminología de un diplomático o de un miembro de la Academia de Historia o de la Lengua. A mí me dejaron la historia y ahí, en Quadriga, encontrarán algunas.

DEL POR QUÉ DEL NOMBRE
Quadriga fue el nombre que insinuó Virgilio.
QUADRIGA es un vehículo tirado por 4 caballos en línea. En tiempos del Imperio Romano era normal que, después de una gran victoria militar, Roma recibiera a los triunfadores en un gran desfile, encabezado por su máximo comandante guiando una QUADRIGA.
Igualmente, en todos los rincones del Imperio se llevaban a cabo carreras de quadrigas, en las que, además de la destreza del auriga, era determinante para el éxito la combinación, con gran maestría, de: fuerza, resistencia, velocidad y ritmo de los caballos.
En esta Quadriga escrita, cada lector, según su interpretación, puede asignar a cada autor alguna de estas cualidades, pues, por aquello de que El estilo es el hombre, cada uno de los 4 autores tiene su inconfundible estilo. Según ellos —los coautores Guillermo y Ricardo—, la fuerza es para Virgilio, escritor de tiro largo. El ritmo, para Guillermo, con su constante y pausada pluma con la que toca variados temas. La velocidad, para el locuaz Ricardo, cuyo humor va más allá del simple apunte chistoso. Me dejaron a mí la resistencia y no sé por qué. ¿Será por la dura crítica que hago en algunos de mis escritos?
El texto que aquí presentamos es una recopilación parcial de lo escrito en el espacio que nos abrió el profesor Jairo Cely Niño —desde hace 5 años— en Occidente Universitario, una publicación fundada y dirigida por él, a quien le hacemos este reconocimiento.
De la misma manera, un reconocimiento a la Universidad Francisco de Paula Santander, extensivo a todos sus estamentos, por su apoyo estimulante y financiero, para que el primer tomo de Quadriga fuera una realidad. Esperamos que sea de su agrado.
(Auditorio José Luis Acero Jordán.
Noche del jueves 2 de noviembre de 2006.) n
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Lamentable que, tras el ingente esfuerzo de los tres autores sobrevivientes de Quadriga seleccionando y depurando los textos de entregar, los funcionarios de la imprenta de la UFPS, o alguno de ellos, haya(n) resultado con una «solemne chambonada» en la producción de dicho libro. Porque, por ejemplo: a la Tabla de Contenido la volvieron un mute desabrido; manosearon títulos; cercenaron, repitieron y apretujaron párrafos; en algunos ejemplares dejaron hojas sin texto en el anverso o el reverso; y pare de contar. Y lo deplorable es que tal chambonada quedará impune, porque en esta Universidad no hay consecuencias cuando un avivato o un chambón, sin dejarse ver el que sabemos, le «estiercolea» la cara a los demás.
Lo único impecable en la producción de dicho libro son la contraportada y la portada. Y eso porque los tres «sobrevivientes», con cargo a sus bolsillos, las contrataron con la imprenta salesiana.
(NOTA DEL DIRECTOR.) n


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¿Quién no tuvo problemas con Baldor?

RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.

El 22 de octubre de 1906 nació Aurelio Ángel Baldor, por lo que el pasado mes de octubre de 2006 se cumplieron 100 años de su nacimiento.
Y quién, de la gente veterana, ¿no recuerda el Álgebra de Baldor? Pues él fue el autor de esa obra, que era la que más terror despertaba a casi todos los bachilleres de Latinoamérica. Porque los pocos que estuvieron a salvo del terror debieron ser los que, sin saberlo —a esa edad de chinos imberbes de bachillerato—, tenían aptitud para ingenieros, o matemáticos o físicos.
Cuando compendié este artículo bajado de Internet y que aparece muy sucinto en la revista Credencial, editada por el Banco de Occidente, supe que Aurelio Ángel Baldor era su nombre y que además nació en La Habana (Cuba). Y que era un aristócrata muy corpulento, pues pesaba 100 kilos; y además, media 1,90.
A estas alturas de mi vida ignoro si aún se utiliza ese libro en los colegios. Pero, en mis tiempos, cuando a un estudiante de bachillerato le mencionaban el Álgebra de Baldor, automáticamente se le venía a la mente una evocación terrorista: la de un libro cuya portada tenía la imagen de una especie de Ossama bin Laden de los números que, agazapado entre las páginas, se dedicaba a colocar artefactos explosivos camuflados en forma de problemas matemáticos. Ese pavor se podía resumir, incluso, en una fórmula algebraica:
BALDOR = X + (temibles números + angustiosas ecuaciones + terroríficos problemas).
O sea que, despejando la incógnita:
X = rajada fija en Álgebra… por culpa de Baldor.
Pero Baldor, palabra que significa “Valle de oro”, no fue ningún fanático seguidor de Al Qaeda —entre otros, porque en su mocedad y madurez, ese grupo terrorista no existía—, ni mucho menos aquel áspero hombre árabe que desde la portada de su libro observa con desdén calculado a sus alumnos asustados.
El apellido Baldor es de origen belga. Aurelio Ángel fue el hijo menor de Gertrudis y Daniel, quienes viajaron desde Bélgica hasta Cuba sin tocar la tierra de Scherezada. Y menos, la de Ossama bin Laden.
El mes pasado se cumplieron, pues, cien años del nacimiento de ese apacible abogado y matemático que se encerraba durante extenuantes jornadas en su habitación, con lápiz y papel, para escribir la obra que desde 1941 atemoriza, pero que también apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica: el Álgebra de Baldor, el libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia.
Es posible que en La Habana no se le haya rendido un homenaje a quien fuera el educador más importante de la isla de Cuba durante los años cuarenta y cincuenta, y fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3.500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 24 de la exclusiva zona residencial de Vedado.
Esa era su tranquila existencia hasta que apareció la única ecuación que nunca pudo resolver: en 1959 triunfó la Revolución contra el dictador Fulgencio Batista y, aunque el propio Fidel Castro le agradeció a Baldor su valiosa labor de maestro, él nunca admitió los algorítmicos principios del socialismo. Era un hombre profundamente religioso que acostumbraba a rezar el rosario todos los días, ir a misa de seis de la mañana los domingos y vivir celestialmente como un aristócrata en su lujosa casona de las playas de Tarara.
Por eso, ante la amenaza de su detención por culpa de su disidencia, la única solución para semejante teorema ideológico la encontró en el exilio. Viajó con su esposa, Moraima, sus siete hijos y hasta la nana en un periplo por Ciudad de México, Nueva Orleáns y finalmente Nueva York, mientras el Colegio Baldor y su exclusiva residencia eran expropiados por el Estado cubano. Hoy, la casa hace parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el Che Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio.
Era el 19 de julio de 1960. El profesor, que era infalible en matemáticas, que jamás se equivocaba en las cuentas y cuyos cálculos eran tan exactos como las soluciones de sus libros, cargaba en sus maletas otro pavor mucho más aritmético-algebraico que el dolor de su destierro: el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para unos meses. Con la desventaja de que, además, sus obras ya no eran suyas, pues doce años atrás había vendido los derechos de su Aritmética y su Álgebra a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana.
De modo que la familia Baldor tuvo que llegar exiliada a la gran manzana, derrotada con un futuro tan incierto como la raíz cúbica de un número de doce dígitos. Se alojó en el segundo piso del edificio de un italiano en Brooklyn, en donde el aristocrático clan Baldor, que había invitado a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarara, vivió hacinado en medio de la sordidez de la “capital del mundo”. En La Habana, el Colegio Baldor, expropiado, se llama hoy Colegio Español y allí estudian 500 alumnos europeos. O sea, que ninguno de sus alumnos es nacido en Cuba.
En Nueva York, Aurelio Ángel Baldor intentó recobrar su vida. Estudió inglés en la Universidad de Nueva York y al poco tiempo empezó a dictar una cátedra en el Saint Peter College, de Nueva Jersey. Dicen que no era un hombre feliz. Se trasladó a Miami con su mujer, mientras veía cómo cinco de sus hijos —un profesor de literatura, un inversionista, dos administradores y una secretaria— prefirieron evitar las matemáticas. Porque dos sí le jalaron al asunto, al menos a la alta aplicación de esa disciplina, pues fueron ingenieros.
Inmerso en la odisea del capitalismo salvaje y aprisionado por la tristeza del destierro, perdió una buena cantidad de sus fantásticos cien kilos de peso. “El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver”, dijo, en una entrevista de prensa, su hijo Daniel.
El creador del Álgebra de Baldor se fumó su último cigarrillo en la noche del 2 de abril de 1978. En la mañana siguiente cerró los ojos, musitó la palabra “Cuba” y se durmió para siempre, víctima de un enfisema pulmonar. Dejó siete hijos, quince nietos y diez biznietos, que viven en Miami esperando que el régimen de Fidel Castro les permita regresar. Pero ese es un misterio cuya solución no está ni en el libro de Baldor. Es una ecuación sin solución.

(Cúcuta, noviembre/2006.)

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NOTA DEL AUTOR:
El 27 de agosto del 2004 se hizo el lanzamiento de mi libro La vida a jirones, editado por la UFPS, que compila los 36 artículos que a esa fecha me había publicado Occidente Universitario Cuatro días después, el Editorial de la edición Nº 37 de esta “Publicación informal editada en la UFPS” registró que Occidente Universitario había sido fuente de un par de libros, pues para lo que quedaba de ese 2004 estaba previsto el lanzamiento de otro libro: El deporte cucuteño desde 1900 hasta el 2000, que compilaría los escritos de don Alfredo Díaz Calderón publicados en Occidente Universitario, y que sería editado por una fundación creada por un inversionista cucuteño.
Para el 26 de octubre del 2006, cuando Occidente Universitario cumpliría sus primeros 5 años, estaba previsto el lanzamiento del libro Quadriga, escrito “a ocho manos” por Virgilio Durán (requiescat in pace), Guillermo Carrillo, Carlos Africano y yo, editado por la UFPS, que compila algunos de los artículos publicados en Occidente Universitario por los 4 autores. Y aquel 26 de octubre, el Editorial de la edición Nº 70 registró que en sus primeros 5 años de existencia, Occidente Universitario ha sido fuente de 3 libros: La vida a jirones y Quadriga, editados por la UFPS, y El deporte cucuteño desde 1900 hasta el 2000.
Pues bien. En realidad Occidente Universitario ha sido fuente no de 3 sino de 4 libros, pues en diciembre del 2005 algunos médicos amigos me editaron el libro Escritos de la hora nona, que compila algunos de mis artículos publicados en Occidente Universitario después de La vida a jirones, y algunos que no se habían publicado en Occidente pero que hacían cola para ello. (Pese a la “cola”, estos últimos no se publicarían en Occidente por haber sido publicados en el libro.)
Así que después de que se difundió la edición Nº 70 le dije al Director que no son 3 sino 4 los libros. Me respondió que no fue que se escachó, sino que no incluyó Escritos de la hora nona porque no todos los artículos del libro se habían publicado en Occidente.
—Cierto —le dije—, pero todos los escribí para Occidente Universitario. Por lo tanto, Escritos de la hora nona también tiene su fuente en Occidente.


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«A veces llegan cartas»

En la noche del sábado 28 de octubre del 2006, al regresar de su visita semanal a la casa materna, el director de Occidente Universitario recibió, en la portería del condominio donde vive, un texto en tres páginas y tercio del doctor Pablo Mogollón. Lo primero del texto es el mensaje:

28 de octubre de 2006
Apreciado Jairo
Vaya por delante la enhorabuena y felicitación por Occidente Universitario en su primer lustro y que demuestra que valen más paciencia y perseverancia que grandes intenciones. En todo caso, gracias a tu generosidad, en la casa del barrio Blanco se lo lee con atención y fruición, aunque muchas veces no se compartan contenidos ni ropajes idiomáticos.
Para complementar “Parafernalia y ritual inapropiados” y con la solicitud expresa que no lo hagas público, te incluyo copia de la carta que escribí al señor rector Parra explicando mi inasistencia al mal llamado acto académico.

Pues bien: Parafernalia y ritual inapropiados es un artículo escrito por «el suscrito» Director y publicado en la página 5 de la edición de Occidente Universitario Nº 70, que cuestiona la entronización en la universidad pública de la parafernalia y los rituales que para los actos de graduación se estila en las privadas, como en el caso específico y patético del acto del jueves 19 de octubre del 2006 en el cual la Universidad Francisco de Paula Santander le confirió un grado honoris causa al defensor del pueblo, Vólmar Pérez. Cómo sería de patético, que la foto que sobre el acto publicó en primera plana el diario La Opinión el día siguiente sugería, no una graduación, sino una fiesta de Halloween adelantado 12 días.
De otra parte, «el suscrito» Director agradece la nota de felicitación y enhorabuena del doctor Pablo Mogollón, pero lamenta que no desee se haga pública su anexa carta del 14 de octubre del 2006 dirigida al rector de la Universidad Francisco de Paula Santander explicando su inasistencia «al mal llamado acto académico» de octubre 19, en el cual se le otorgaría al Defensor el grado de doctor honoris causa.
Y lo lamenta, porque considera que más de uno debería leer sus planteamientos sobre lo que por definición o por esencia es el doctorado honoris causa, sobre a quiénes corresponde postular los candidatos, sobre el «peso específico» académico de éstos para merecer tal postulación, sobre el riguroso proceso de evaluación de los méritos de aquéllos, sobre a quiénes corresponde aprobar el otorgamiento de ese honor, sobre el protocolo del acto de investidura respectivo, y pare de contar, así como su desacuerdo con el hecho de que en nuestra institución tal acto de investidura, además de nada autóctono o poco original, bordee lo ridículo.
Más adelante dice el doctor Pablo Mogollón:

En edición pasada te referiste a Aquiles Nazoa. [En la edición 66, cuando se incluyó «El pescado de Barranquilla», del escritor venezolano. – Nota del Director.] Te incluyo algunos datos, tomados de aquí y de allá, que complementan la biografía y valía del hermano bolivariano:

«Aquiles Nazoa nació en Caracas el 17 de mayo de 1920, en un hogar proletario del popular barrio de El Guarataro, parroquia San Juan. Obligado por la pobreza a ganarse la vida desde muy temprana edad, ejerció los más variados oficios: aprendiz de carpintería, repartidor de bodega, oficial de repostería, telefonista y botones del recordado Hotel Majestic, mientras completaba su educación primaria en el colegio El Buen Consejo y en la escuela Federico Zamora, hoy “19 de Abril”. A los doce años de edad ya dominaba perfectamente el idioma inglés, lo cual le permitía desempeñarse como intérprete y guía de turistas. Convertido en jefe de familia por la muerte de su padre, a los dieciocho años de edad se traslada con su madre y sus cuatro hermanos a Puerto Cabello, Estado Carabobo, donde se inicia en el campo del periodismo como director del diario El Verbo Democrático, a la vez que trabaja como Guía Oficial en la Oficina Nacional de Turismo del Ministerio de Fomento. Su labor al frente de El Verbo Democrático, donde publicó sus primeros versos, le costó su expulsión del Estado Carabobo y posterior encarcelamiento por el régimen del General López Contreras. A partir del momento en que recupera la libertad trabaja en los diarios Ultimas Noticias y El Nacional, en los cuales publica su famosa columna en verso “A Punta de Lanza”, y en el semanario humorístico El Morrocoy Azul. En 1944 viajó a Colombia y recorrió el país mientras escribía en la revista bogotana Sábado. Posteriormente permaneció un año en Cuba (1946-47) y a su regreso asumió la dirección del semanario Fantoches. ¿Te suena? [¿A los que le «cranearon» al rector los chiros y el «ritual» para lo del honoris causa del jueves 19 de octubre del 2006? – Repregunta del Director.]
»En Aquiles Nazoa se conjugan perfectamente el poeta, el humorista y el militante revolucionario. Por esta misma razón la dictadura de Pérez Jiménez lo expulsa del país en 1956. Reside en La Paz (Bolivia) hasta 1958, cuando la caída del dictador venezolano le permite regresar para continuar luchando por los derechos del pueblo, ahora frente a la “democracia”, como lo hizo hasta el día 25 de abril de 1976, cuando encontró la muerte en accidente automovilístico cerca de La Victoria, Estado Aragua. Las recompensas más importantes que obtuvo Aquiles Nazoa por su vasta obra son el Premio Nacional de Periodismo 1948 y el Premio Municipal de Prosa 1967. Aparte de la mejor de todas las que pueda recibir un hombre de letras: el eterno reconocimiento de su pueblo».


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El auditorio Che Guevara

JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.

Lo que sigue es la reconstrucción de las palabras
improvisadas la noche del martes 7 de noviembre
del 2006, en el acto de reinauguración del auditorio
Eustorgio Colmenares. Tal reconstrucción responde
a la insistencia (extra acto, esa noche) de la doctora
Consuelo Suárez, directora de Servicios Asistenciales,
quien ofició como maestra de ceremonias de ese acto.
(NOTA DEL AUTOR.)

Buenas noches.
Hay un verso de la segunda estrofa del himno de Norte de Santander que me abstengo de cantar: el que dice que La guerra es nuestro sueño.

Señorita directora de la oficina de Relaciones Institucionales de la Universidad Francisco de Paula Santander;
Señora vicerrectora administrativa;
Señor vicerrector de Bienestar Universitario;
Señora directora de Servicios Asistenciales y maestra de ceremonias de este acto;
Señoritas, señoras y señores:

Como profesor universitario, uno debe ser honesto con la o el estudiante que hace en clase la pregunta inesperada. Todo es cuestión de tener humildad para decirle que no le tiene una respuesta para ya, pero que se la tendrá para la clase subsiguiente; o para dentro de una media hora, si lo busca a uno en su cubículo.
Y consecuente con ese planteamiento, debo ser honesto con ustedes.
Vean: esta es una publicación modesta e informal, editada en la Universidad Francisco de Paula Santander. Modesta, porque sus ejemplares salen de una fotocopiadora y no de una imprenta, y porque su tiraje es de 40 ejemplares, en promedio. E informal, porque no es vocera de la Rectoría ni de alguna otra instancia directiva, ni de alguna organización gremial de profesores o administrativos o estudiantes.
Se llama Occidente Universitario y esto que les muestro es un ejemplar de su edición Nº 70, del jueves 26 del recién pasado octubre, día en que tal publicación cumplía cinco años. En la página 5 hay un artículo que es de mi autoría, en el cual comienzo hablando del jueves 25 de septiembre de 1980, día en que me gradué… justamente en este auditorio que hoy se reinaugura. Y les voy a leer el tercer párrafo, que es el origen de por qué estoy aquí. Dice así:
Seis años y medio antes, cuando ingresé al primer semestre, el único edificio de aulas tenía el nombre de «Aulas Norte», pero poco después lo llamaron «Fundadores», en cuyo costado occidental estaba el único auditorio de ese tiempo, al cual se le decía «El Auditorio» porque no le habían puesto el nombre de alguien del notablato regional. (Porque, obvio: el de alguien del anonimato, jamás se lo pondrían.)
Una semana después, en la noche del pasado jueves 2 de noviembre, hubo un acto académico en el auditorio José Luis Acero Jordán, en el cual se hizo la «presentación en sociedad» de tres libros escritos: dos de ellos, por un profesor supremamente veterano; y uno, por cuatro profesores jubilados, de los cuales uno murió el 21 de noviembre del recién pasado año.
Al concluir el acto se me acercó el señor vicerrector de Bienestar y, refiriéndose al artículo, me expresó su satisfacción por saber que había alguien que conocía la historia del auditorio Eustorgio Colmenares. Luego me informó que el próximo martes —o sea, hoy— se reinauguraría este auditorio, y que me incluiría en el programa para que contara la historia del Eustorgio. Entonces le acoté:
—Epa, toche: el que en un párrafo haya mencionado el auditorio, no significa que yo me sé la historia.
Él, como yo, es egresado de la Universidad Francisco de Paula Santander, que es la mejor del mundo y de su entorno. Pero si vamos a la edad, él es un «chino imberbe» al lado mío, y tal vez por eso me preguntó en cuál lugar de esta institución conseguiría la historia del Eustorgio.
—Si se pone a buscarla —respondí— se le acabará la vida y no la encuentra, porque en esta universidad prácticamente no hay memoria escrita.
—Entonces, loco —casi me imploró—: vaya el martes y diga dos o tres cosas que recuerde, y sáqueme del ponche.
No le dije «Sí» ni «No», lo cual implicaba que mi respuesta era «No», y por eso me olvidé de todo este asunto. Pero para el doctor Carlos Acevedo fue un «Sí», porque esta mañana, cuando yo iba a dar la clase de las diez, me llamó su secretaria para decirme en nombre de él que:
—No se le olvide el compromiso de esta noche.
—¿De qué demonios me habla usted? —le pregunté.
—De la reinauguración del auditorio. En el quinto punto usted contará la historia del Eustorgio Colmenares.
¿Para qué discutirle si era la secretaria y no el jefe, y sobre todo, cuando estaba sobre el tiempo para ir a dar la clase?
Así que por eso estoy aquí, más encartado que gallina criando patos, por lo cual me disculpo de antemano pues, como voy a improvisar, me oirán pendejadas inconexas. Ello me fuerza a hacer un par de acotaciones: la primera, que me gustaría encajar en lo que dice un chiste bobo, según el cual la maestra era tan viejita, tan viejita, tan viejita, que no enseñaba historia sino la recordaba; y la segunda, que el nombre de Reseña Histórica del auditorio Eustorgio Colmenares, que tiene este punto del programa, definitivamente es pretencioso.

Pues bien: yo ingresé a primer semestre en 1974, a comienzo de febrero, cuando este campus recién se había estrenado. La Universidad se había trasteado desde el ya para ella incómodo local de la calle 13, que ocupa desde entonces el Colegio Departamental Femenino de Bachillerato.
Y en el campus sólo tres edificios se habían construido: uno de aulas, llamado Aulas Norte, que desde 1976 se denomina Edificio Fundadores, y que tiene por anexo este auditorio; el «edificio de Enfermería», que así llamábamos entonces; y el edificio de la Biblioteca Eduardo Cote Lamus. Porque donde se instaló la Rectoría y la alta burocracia, que llamamos La Casona, ya existía, pues había sido un club social o algo así.
Pero eso que llamábamos «edificio de la Biblioteca» era un decir, pues sólo en el segundo piso existía la biblioteca. Porque en el primer piso había: al norte, la cafetería de estudiantes; al sur, la oficina de Registro y Control; al oriente, tres pequeñas aulas y una batería de servicios sanitarios; y al oeste se hacinaban Texún (que era una librería), Faproem (que es el Fondo de Ahorro de Profesores y Empleados), la oficina de Bienestar Universitario y la oficina de Planeación de Planta Física.
Dentro del campus había mucho bosque, y sus alrededores eran pura selva. Cómo sería, que el edificio de la Escuela de Enfermería, que está en el extremo noroeste de este campus, se me antojaba un islote en medio de un océano.
Es más: cuando en mi primer semestre llegaba temprano a clase en la mañana, de cuando en cuando había culebras en la plazoleta que está frente al auditorio. Los que sabían más que uno (o que eso presumían) decían que no eran venenosas. Afortunadamente las encontrábamos muertas, pues los celadores las habían liquidado y a media mañana las desaparecían los aseadores. Porque yo, por ejemplo, si hubiera visto una viva, no le habría preguntado si su mordedura era inocua o venenosa, sino que le habría dicho a mis extremidades inferiores: «Paticas, pa’ correr me las pusieron». Y si así obrara «Raimundo y todo el mundo», pues la Universidad se quedaría sin profesores ni estudiantes.
Un día de mi primer semestre que pasé por el costado occidental del «edificio de la Biblioteca» me dio por detenerme frente a la oficina de Planeación de Planta Física, porque me llamó la atención una maqueta. En ella vi que al sur del edificio Aulas Norte había un edificio llamado Aulas Sur. Así que cuando dos años después llamaron Fundadores a Aulas Norte, me dio por suponer que para «el alto mando» la construcción del edificio Aulas Sur no era más que una quimera, por lo cual para ellos, según mi percepción: ¿para qué hablar de Aulas Norte, si en los próximos 500 años no habría Aulas Sur?
En todo caso este auditorio, tal vez por ser un anexo al edificio Aulas Norte, nació sin nombre y continuó sin él cuando al edificio Aulas Norte lo volvieron Fundadores. Y continuaría sin nombre formal u oficial hasta 1993, cuando nos enteramos de que, de la noche a la mañana, el Consejo Superior lo había «bautizado»: Auditorio Eustorgio Colmenares.
Ahora bien: al oriente de la entrada al auditorio hay una placa de 1976 con los nombres de los fundadores de esta Institución, y en ella no aparece el nombre del doctor Eustorgio Colmenares. Luego, ¿por qué le pusieron su nombre a este auditorio? Debió ser porque en 1968, cuando él fungía como alcalde, gestionó ante el Concejo la donación de estos terrenos, y como representante legal del municipio que hacía la donación firmó la escritura pública con el doctor José Luis Acero Jordán, quien era el representante legal de la Institución a la cual benefició la donación.
Pero un viernes, casi a medianoche, una patota de estudiantes, arrechos por el inconsulto «bautismo», ingresó al campus como si fueran a una clase, pues, por la diferencia numérica, los celadores no se atrevieron a impedirles el ingreso. Luego, unos se encaramaron sobre los hombros de los otros, y desmontaron y desaparecieron las letras de bronce del nombre oficial del auditorio, que estaban en el extremo sur del planchón en voladizo de la entrada. Y el rector de ese entonces, el doctor Saúl Ojeda Gómez, quien había ordenado poner aquellas letras, dejó la vaina así; esto es, no le repuso las letras al «escampadero» de la entrada.
Pero, bueno: si de 1973 a 1993 este auditorio no tuvo nombre formal u oficial, sí tuvo uno informal que le fue puesto hace 30 años, casi 31, en razón de un zafarrancho estudiantil que ocurrió en el primer semestre de 1976, estando yo cursando el quinto semestre de Mecánica.
¿Y a qué se debió el zafarrancho? O, mejor: ¿quiénes fueron «los chapetones» y «los criollos», y cuál fue el «florero de Llorente» de ese zafarrancho? Pues «los chapetones» fueron el rector y su «alto mando», «los criollos» fueron los costeños y el «florero de Llorente» fue el «edificio de Enfermería», como lo llamábamos entonces. Tal edificio, y uno más reciente —que llaman «bloque B»—, colindan con «La calle del Burro», que es el nombre que a la calle 2ª Norte le pusieron los taxistas cucuteños, en donde el Burro es para ellos el alcalde actual de Cúcuta, Ramiro Suárez Corzo, lo cual es una desconsideración de los taxistas con el noble semoviente.
Yo, como estudiante de Ingeniería, que tenía mis clases en los amplios salones del edificio Aulas Norte, nunca me expliqué cómo demonios las chicas de Enfermería se aguantaban recibir sus clases en los chiquitísimos cubículos que tiene ese edificio. Porque algo sí era claro para mí: tal edificio no fue construido para aulas… sino para residencias de estudiantes «extranjeros»; esto es, para los que no tenían su hogar en Cúcuta. Y en aquel tiempo los estudiantes cucuteños de la Universidad Francisco de Paula Santander parecíamos «poquísimos», comparados con los oriundos de la Costa (la Caribe).
¿Y esa diferencia poblacional a qué le era atribuible?
Yo la atribuía a que, como la Universidad Francisco de Paula Santander no era siquiera «quinceañera», al cucuteño lo deslumbraba la prestancia centenaria de la Universidad Nacional de Colombia (con sede central en Bogotá, ¡la capital!), la sesquicentenaria de la Universidad del Cauca (con sede central en Popayán), la cuasi bicentenaria de la Universidad de Antioquia (con sede central en Medellín), y que incluso lo obnubilaba la fama que en Ingeniería ostentaba la vecina Universidad Industrial de Santander.
Es más: esa percepción la hacía extensiva al profesorado de carrera, pues, para mí, los primeros profesores fueron «reclutados» en vez de contratados. Porque, y aún conservo esa sospecha, era presumible que un profesional, graduado en alguna de aquellas universidades prestigiosas, difícilmente le apostaría a entregarle media vida a una Universidad de la cual podría dudarse de que sobreviviría a la adolescencia.
Y bien: ¿cuál fue «la chispa» que prendió el zafarrancho, cuál fue su desenlace, y cuál fue el nombre revolucionario e informal que se le puso al auditorio?
(CONTINUARÁ)


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Philosophía canina

JOSÉ RICARDO CASTILLO CASTILLO,
profesor Titular emérito de la UFPS.

El loco Sabás, filósofo salazareño, andaba con un perro entre un costal, el cual lo cuidaba y celaba como amigo. Cuando el loco se emborrachaba, lo sacaba del costal, lo amarraba y en una totuma que llevaba le echaba guarapo fuerte para la sed, y empezaba a hablar. Si el maestro filosofaba, el perro también. Por esto el loco Sabás, antecesor de toda liberación humana, solía afirmar, después de 3 totumadas de guarapo, que:
El hombre, para ser hombre,
a tres cosas debe oler:
a aguardiente, a guarapo
y a cuchufleta de mujer.
Y el perro, con batida de cola, aprendía de su maestro.
Sabás era un reconocido canólogo (filósofo canino), un experto en perrología y en canepistemología (ciencia perruna), en canpsicología (sicología perruna) y en cangnoseología (conocimiento del perro).
Entre los libros que escribió sobresalen dos best sellers: Diálogos perrunos y Por la plata baila el perro. Hoy se alista a recibir el doctorado honoris causa en Philosophia canina o, como él mismo dice, en filosofía perruna, otorgado por la canuniversidad de la vida, en la que son sus compañeros: “el loco” Escalante, Ramiro Julio (experto machetólogo) y José Pío, máster en ciencia y guarapología. Los 3 le jalan a la poesía y son locos bilingües, pues hablan español y pura mierda.
El loco Sabás, en su libro Diálogos perrunos, expone la teoría de que la primera filosofía que el hombre aprendió no fue la griega, ni la de las culturas orientales, ni la de Protágoras, sino la del perro en el paraíso, que no únicamente se comía los huesos, como la quijada del burro con que Caín mató a Abel, sino que se comunicaba con Adán y Eva y les llevaba la cuerda. Su sabiduría era tal, que sabía cuándo batir la cola, cuándo lamer, cuándo mirar y cuándo cuidar. Fue en un descuido suyo, por estar comiendo hueso, cuando el diablo se metió en forma de serpiente al paraíso y engañó a Eva. Fue por él que Adán y Eva se enteraron de que Caín había matado a Abel, pues los llevó hasta la escena del crimen donde él se había comido la quijada. Esta es la tesis del loco Sabás, que no ha sido comprobada por sus pares.
Sabás, en su otro libro, La necesidad tiene cara de perro, afirma que el perro no habla, pero es un gran compañero y gran guardián; no fuma y no bebe (bueno, el de él sí; pero guarapo, por lo que las jumas de su can no son tan caras); se conforma con cualquier hueso, y no critica ni lleva la contraria. El único defecto que tiene el can de él es que, cuando se emborracha, habla mucha mierda; es decir, ladra y caga mucho, pero de ahí no pasa.
Y en ese libro cuenta una anécdota. Que hallándose un día preocupado por la situación tan grave de violencia y desempleo, el TLC, la amenaza de gravar con IVA el guarapo, la para-política, la paraco-cracia, la corrupción —por la que no más el año pasado se robaron 14 billones de pesos—, nuestra pobreza franciscana, el hecho de que don Juan Machete decidió no fiar guarapo, el que sólo el 3% de los colombianos se beneficia del erario, de los ingresos por el comercio y de toda la riqueza del país, mientras el resto pasa tragos amargos para sobrevivir, para levantar lo del guarapo, etcétera, se volteó y miró apesadumbradamente al perro y éste, riéndose feliz, batió la cola y dijo:
“Fresco, amo; no se estrese. Uribe va a ser reelegido 5 períodos más, así que esta mierda no tiene arreglo. Mejor jartémonos otro guarapo, que está haciendo mucha sed”.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, nacido en Danzig en 1788, escribió muchas obras. Es considerado el antiidealista. Al escribir sobre el amor y las mujeres, aclaró que son idealismos que conducen al dolor, la tragedia, la angustia y la muerte. A él se le atribuye la famosa sentencia: “Cuanto más conozco a los hombres, más aprecio a mi perro”.
Y lo mismo dice el loco Sabás y por eso siempre anda con el perro: porque se entienden, toman guarapo y comen. Además, el perro no fuma, es compañía, es agradecido, no es chismoso, no es envidioso ni ingrato. Porque el loco afirma que muchos amigos recibieron sus favores cuando él estaba bien. Que esos amigos tenían como único capital una mano adelante y otras atrás, para tapar sus vergüenzas, y que él les dio de comer, los ayudó, y esos mismos “amigos” ahora lo desconocen, hablan pestes de él y se olvidaron de su benefactor. Y dice Sabás: “A esos amigos que llegaron con cara de perro, les falta la grandeza del alma agradecida del perro”. Y se zampó otra totumada de guarapo.
Como una de sus tesis de filosofía perruna plantea que, cuando uno está salado, los perros lo confunden a uno con una pared y alzan la pata y lo mean, aproveché y le pregunté por qué el perro alza la pata al orinar. Entonces no fue el maestro sino su perro el que me contestó:
“Esa costumbre viene del paraíso. Una vez que el perro de Adán fue a miar al lado de una pared, hubo un leve sismo y ésta se movió. El perro, para que la pared no le cayera encima, le puso una pata y desde entonces se volvió información genética, que se transmite de generación en generación entre los machos”.
Sabás recordó que hace poco vio un documental de televisión sobre la vanidad femenina, que las lleva a someterse a la lipoescultura, la liposucción y a que les embutan siliconas en sus nalgas y en sus tetas, y hablaron de lo último en guaracha: la vaginoplastia, que estrecha la vagina dilatada por el uso para más placer de la dueña y el usuario. “A ese paso —pensó Sabás—, los homosexuales recurrirán a la anoplastia, en el entendido de que si un ano dilatado por la penetración penal regresa a su estrechez original, tendrán más placer su dueño y el usuario”. Recordó a la Petronila, que se deja montar por dos totumadas de guarapo, y que no está pensando en vaginoplastia, ni él en peneplastia o pipiplastia para alargarlo, ancharlo y darle sabor a caramelo.
De pronto dejó de filosofar sobre estas güevonoplastias, porque echó de menos a su perro. Se asomó a la puerta y lo pilló oliéndole el negocio a la vecina, o sea, a la perra de la vecina, a la que se le montó y, al cabo de un jurgo de avances y retrocesos del pistón, se apeo. Pero, como ocurre con los perros y las perras después de tupirle al miriñaque, quedaron enganchados. Y al ver a su amo en la puerta de la casa, cogió hacia ésta remolcando la perra de la vecina. Cuando llegaron a la puerta, el loco Sabás le dijo al perro:
“Echémonos una totumada de guarapo porque, como dijo mi par, el filósofo de Rancho’e Pluma:
El mundo es un mar de mierda
que se debe cruzar nadando.
El que sabe nadar lo cruza
y el que no, se queda tragando.”
“Sí, señor —le dijo el perro—. Y ofrézcale una totumada a mi consorte de ocasión, pa’ ver si se le dilata la vagina y me destraba el cardán”.
Esto que han leído son algunas de las cosas que le pasan al loco Sabás, el salazareño filósofo canino, quien a fines de este mes publicará su nuevo libro, Ética sexual exclusiva para canes, que promete ser el best seller de este fin de año, por lo que les recomiendo que vayan reservando su ejemplar. Si no, se tendrán que conformar con comprar una vez más la novena de Chuchito.
(Cúcuta, noviembre del 2006)


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Videoclips en blanco y negro


CARLOS HUMBERTO AFRICANO (21/XI/06)

Aunque la siguiente información fue recogida entre octubre y noviembre, no pierde vigencia.

OTRA VEZ DOÑA DILIAN PRESIDENTA
En una de las tantas votaciones que se dan en el Senado, la presidenta doña Dilian (la de las pantys al revés dizque para la buena suerte) dijo, para cerrar de una las deliberaciones y proceder a la votación: “Bueno, entonces los que estén por el SI, votan sí y los que estén por el NO, votan no”.

OTRA DEL CONGRESO
Como en el proyecto de ley de reforma tributaria, que pretende grabar con impuesto todos los productos alimenticios, se les quedó por fuera algunos, pretenden adicionar y ponerle un impuesto del 10% a las achiras, a las almojábanas y a los pan de yuca. ¡Qué muertos de hambre!

¿QUIÉN QUIERE SER MILLONARIO?
Pues mídasele al cargo de presidente de ECOPETROL. Se buscan candidatos y las inscripciones están abiertas. El nuevo sueldo que le fijaron es de 30 millones de devaluados pesos. A pesar de que hay una ley que impide que un funcionario público pueda tener un sueldo superior al del presidente de la República, que es poco más de 15 millones.

¡BINGO, BINGO!
Si acepta el cargo anterior pero le parece poco el sueldo, es porque necesita mejorar sus ingresos. Dedíquese entonces a vender boletas para los bingos que viene promocionando Educación a Distancia de la UFPS, como cualquier colegio de medio pelo. Lo que no pude averiguar es si pagan comisión.
A los profesores de esa dependencia les entregaron 10 boletas a cada uno para un bingo a beneficio de una actividad peregrina. Ah, y no pueden devolver boletas, sólo plata. ¿Cómo les parece el negocito que montaron?

IMPUESTOS, MÁS IMPUESTOS
Se pretende llevar al Congreso un proyecto de ley para poner impuesto a la educación. Según la información, todo egresado de universidad pública pagará un impuesto que estará entre el 5 y el 8% de su salario, para apoyar este servicio social que es función inherente del Estado. ¡Ojo al Cristo, que es de plata! Se sienten pasos de animal grande. Es la vueltica al proceso de privatización y al desmonte de la educación pública.

MÁS MAMAO QUE UNA DE CARLOTA
Estoy mamao con las noticias sobre violaciones y maltrato infantil que sólo tratan de estimular el clamor popular para poner una cortina de humo a todo lo que está pasando en este país llevado del patas: todas la tropelerías en el Congreso y de este gobierno en todas las altas esferas. Esta última semana rebasó los límites. Fue la semana donde se cayó la institucionalidad del país, donde sucumbió el Estado de derecho, donde se le dio una patada a la Constitución y a las leyes, donde el presidente Uribe, su gobierno y su partido quedaron más enredados que un bulto de anzuelos, con un comisionado de paz diciendo que tapen, tapen, porque el país no resistiría conocer toda la verdad; con un ministro del Interior diciendo que tapen, tapen, porque en el Congreso debe haber un espíritu de cuerpo y unos no sé qué pidiendo una ley de perdón y olvido o de punto final para los congresistas involucrados en actividades criminales con paracos; un ministro de Defensa que no tiene respuestas a lo que está pasando en las fuerzas armadas; algunas instituciones en conflicto de intereses; unos ex fiscales generales implicados en procesos por omisión. ¿Quieren más?

FE DE ERRATAS DE QUADRIGA
Mucha dedicación, mucho empeño le pusimos tres de los cuatro autores (el cuarto murió hoy hace un año) para publicar este libro. Nunca imaginamos que la edición sería un desastre. Creíamos que los funcionarios de la imprenta de la UFPS sabían de estas cosas, pues debieron haber ingresado por concurso público de méritos en el cual se debe demostrar que se es competente para el cargo; pero nos equivocamos. Suponíamos que, si cobran sueldo completo, debían producir libros completos.
Pero mutilaron y trastocaron textos, cambiaron títulos, dejaron páginas en blanco y otras diabluras más. Desde aquí, a nombre de los escritores, y hasta incluyo al Director de esta publicación —Occidente Universitario, fuente e inspiración originaria de Quadriga—, presentamos disculpas a todos nuestros lectores por los horrores con que salió la primera edición de Quadriga.
Como una FE DE ERRATAS reseño aquí los errores:
En el artículo Cúcuta la monedita de oro (Pág. 29), en muchos párrafos el texto fue trastocado e imposible de reconstruir. Si quieren el original, con mucho gusto les obsequio copias.
En la Pág. 111, el título es: Dichos que dan desdichas.
En la Pág. 197, artículo La lista de Ossama: fue eliminado el antetítulo “Ficción” que tiene el original. Con esto quedó el autor como un mentiroso, o por lo menos con un anacronismo, pues, cuando Virgilio estuvo haciendo el postgrado, Ossama bin Laden era un culicagado o no había nacido.
Las páginas 197 y 198 del anterior artículo, salieron repetidas.
La Tabla de Contenido es un desastre. Lo mejor que pueden hacer es no pararle bolas y hacer una nueva, porque:
Los nombres de los autores, que eran algo así como los nombres de capítulos, debieron destacarse.
Y el asunto es al revés: primero nombre y después “síntesis curricular”, que no “síntesis” a secas.
Es “bimetalismo” en lugar de “mimetismo”.
Es “La leyenda del cacique Guaymaral y la princesa Zulia”.
Es “A propósito del diccionario cucutoche: Juego de niños”.
Es “Dichos que dan desdichas”.
Entre los títulos “La UFPS, un mega proyecto para el siglo XXI” y “Turismo ecológico”, faltan estos 8 títulos:
Turismo cucuteño;
Tres demonios colombianos;
¿Por qué me amaño tantos en Cúcuta?;
La importancia de llamarse Eliseo;
Escoja mujer;
Así murió el brujo;
Normas para ser un guache; y
Mr. Yesman y el satánico Dr. No.


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Un yerbatero embaucador y asesino

RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.

Les voy a hablar de un tipo al que nadie en Bogotá conocía en persona, cuando llegó precedido de mucha fama sobre sus curaciones milagrosas realizadas en Ecuador.
Decían que era un godo de armas tomar y que había militado a órdenes del general Leonardo Canal. Se llamaba Miguel Perdomo Neira y dizque conocía todos los brebajes de yerbas medicinales para vencer la muerte y la enfermedad. Este insólito curandero ejercía la “cirugía” como parte de su oficio salvador, y para la anestesia y la hemostática utilizaba plantas selváticas que dizque poseían asombrosas propiedades para dormir la gente y detener las hemorragias.
Pregonaba ser portador de la salud porque sus manos dizque no eran más que simples instrumentos de la Divina Providencia. Hablaba muy mal de los verdaderos médicos y de los boticarios, por considerarlos sus enemigos naturales, y exhortaba a huir de ellos como si fueran Satanás, afirmando que varias veces habían intentado envenenarlo, por envidia.
A los curas se los ganaba con frecuentes dádivas para poder ejercer su “sacerdocio laico”. A los pobres les ofrecía tarifas bajas y al principio les permitió pagarle en especie, por lo que en su casa había cabras, conejos, gallinas, maíz, papa, etc., pero después sólo recibía monedas de oro. Todas sus predicas eran parecidas al rito católico, para tener a los curas de su lado. Todo acto de “curación” lo iniciaba diciendo que era más importante la salvación del alma que la del cuerpo.
Atendía en campo abierto, por la multitud que acudía a él en pos de la salud perdida. Un día dijo que Francia e Inglaterra lo habían invitado a unos conversatorios para que les enseñara a sus médicos su maravilloso arte de la curación, pero que él les dijo que, si querían aprender de él, que vinieran a Bogotá. Tal “doctor” ejerció en Ecuador, Pasto, Popayán, Neiva y Bogotá, que fue su centro de operación más importante y en la cual su entrada triunfal, dada la fama que traía desde Ecuador, fue mejor que la de Bolívar tras la Batalla de Boyacá. Él dizque venía en nombre de Dios y pregonaba el “¡muera!” a los médicos, que porque sólo engañaban y mataban impunemente.
Tanta era la muchedumbre, que llenaba planicies con leprosos, llaguientos, deformes, lisiados, tísicos, cotudos, piojosos, ciegos, bobos, dementes, y etc., etc. Los médicos, sabedores del odio que les tenía el curandero y miedosos de un linchamiento por parte de las turbas azuzadas, quitaron de sus puertas sus placas de doctores y se armaron en sus casas para que una eventual asonada no los cogiera con los calzones abajo.
El “doctor” se instaló en San Victorino, en una vieja y gran casona. Para hacerse publicidad hizo un depósito bancario de 2.000 pesos oro, que él dijo eran 200.000, dizque destinados para obras de salud y beneficencia, y hasta repartía sorbitos de su sopa. Luego prometió pagar la deuda externa del país, si les devolvían a sus dueños los inmuebles religiosos que les confiscó el presidente Tomás Cipriano de Mosquera (“Mascachochas hijueputa”, balbucía cuando pronunciaba el nombre del Gran General). Esos dos actos le ganaron el apelativo de hombre pío y justo. Era considerado un santo en vida.
Fue tan sagaz, que no se proclamó infalible y hasta declaró públicamente que, si algunos de sus pacientes morían en sus tratamientos o cirugías, era porque su pericia era impotente ante la voluntad de Dios. Por eso, sus primeros resultados quirúrgicos calamitosos no afectaron su prestigio.
Uno de los primeros operados fue un canónigo, que se sometió a sus manos mágicas para que le quitara una verruga que tenía en un parpado. El “cirujano” se la amputó, pero lo dejó sin parpado y sin globo ocular. El pobre cura aceptó que hasta ponerse parche de pirata eran designios del Altísimo.
Un día le llegó un campesino que no veía dónde pisaba; no por defecto de la vista, sino porque un enorme coto le impedía agacharse. Tras invocar a San Cayetano, el “cirujano” lo anestesió sobándole el tremendo coto con yerbas mezcladas con miados de cerdo joven. Luego, de una cuchillada le rebanó el coto, mientras el paciente bramaba de dolor por la precariedad del anestésico. La efusión de sangre se convirtió en una catarata y no pudo detener la hemorragia, aunque lo intentó tapando la herida con muchos trapos. Poco a poco los quejidos se fueron apagando y el candoroso ex cotudo se convirtió en cadáver mientras el coto, otrora terso y redondo como un lindo calabazo, lucía como un horrible zurrón vacío.
A pesar de la muerte del cotudo, el “doctor” Perdomo tuvo más pacientes cotudos a quienes también descoñetó. Él explicó que era el día de morirse ellos, y que Papá Lindo quería recibirlos en el cielo sin esa especie de grotesca güeva de mucha altura. Además, como por medio de yerbas curaba algunas enfermedades menores, su reputación no se perdió del todo.
De muy lejos vinieron varios tipos a solicitar sus servicios porque tenían hernias en los cojones que habían alcanzado, tan gran tamaño, que parecían papayas o chirimoyas, y estaban en el dilema de enclaustrase o comprar carretillas para el trasteo de sus testículos. El “doctor” Perdomo se convirtió en una especie de castrador de marranos: los dejó eunucos. Y para evitar hemorragias, les amarró las piltrafas de sus escrotos con los cordones de sus botines. La mayoría de los operados murieron por la infección producida por las oxidadas y mugrientas tijeras y navajas del “cirujano”.
Un día le llegó un joven de la provincia. Se llamaba Tomás y tenía un raro defecto de nacimiento que ni a él ni a su familia preocupaban, pues no le producía malestar alguno: un apéndice carnoso de seis centímetros de grueso que le salía del hombro derecho y le llegaba hasta la cintura. Era una especie de manguera de carne que no le dolía ni le pesaba, y se las arreglaba para que ese colgandejo no lo estorbara: a veces se lo enrollaba en el pescuezo y lo utilizaba como bufanda contra el frío; a veces lo guardaba en la mochila en la que llevaba tabaco, mogollas y trozos de panela.
El “doctor” se percató del peligro de la operación por el riesgo de hemorragia, pero se decidió a operarlo para salvarlo de una larga vida de onanismo, pues supuso que ninguna mujer se acostaría con un hombre poseedor de esa morcilla descomunal. “Además —se dijo—, es el momento de llegar a la gloria como cirujano”. Informó del riesgo al joven y a sus padres y obtuvo el consentimiento de ellos, tras lo cual invocó al Altísimo. Hasta la prensa informó que el “doctor” Perdomo le extirparía a Tomás esa monstruosa longaniza.
Para practicar la “cirugía” leyó unos salmos, aplicó un mazacote de yerbas como anestesia, hizo sujetar a la víctima por cuatro fornidos tipos, echó mano de su “bisturí” y de un tajo desprendió tan horrible morcilla. La sangre salió a borbotones y la hemorragia fue incontenible. La vida de Tomás se escapó por el terrible agujero que le dejó tan brutal corte de la morcilla que había sido su fiel compañera.
Ante el rumor de que lo lincharían, “el doctor” hizo propalar, a través de sus cuatro fornidos cómplices, la noticia de que, cuando se disponía a operar, unos sicarios entraron al quirófano y apuñalaron ferozmente a Tomás. Pero “la chusma” no se comió el cuento: sólo la impericia y chapucería del embaucador habían sido la causa de la horrenda muerte.
Al pobre “doctor” Perdomo le había llegado su hora, por lo que emprendió la fuga. Y dizque por allá en un pueblito, lejos de la capital, intentó ejercer otra vez de “médico” pero le fue mal, porque a sus primeros pacientes casi los mata con un brebaje que les dio y les produjo el mal de San Vito.
Y por ahí cuentan que intentó continuar sus fechorías en la hermana República de Venezuela, pero que las autoridades lo sacaron con el rabo entre las piernas. Que murió en Guayaquil (Ecuador), víctima de una epidemia de viruelas negras, y que fue enterrado en una fosa común. Y que emigró a las residencias de Satanás, porque no se merecía otra cosa.n
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FUENTE: El libro Sucedió en la calle, de Alfredo Iriarte. Intermedio, 2005.


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